jueves, 10 de enero de 2008

Madrid en palabras

Madrid dibuja en el horizonte la silueta de cuatro falos metálicos en coito constante con el cielo. Un juego protésico que desgarra las nubes y se hunde en la niebla, perforando el siniestro himen algodonoso. La gente las mira desde el suelo y piensa: algo no es normal aquí. Luego se encogen de hombros y se esconden en el metro, porque a veces no queda más remedio que sentirse enterrado en vida. Quizás es por eso que Madrid no tiene ciudadanos, tiene supervivientes. Madrid sabe a ojeras e insomnio colectivo. Sabe a terror. Los hospitales se erigen como nuevos monumentos objeto de peregrinaje porque la población está enferma de modernidad forzada. Madrid sabe a sudor febril.

Y a pesar de todo cabe un hueco para la esperanza. Como cuando descubres una mirada de complicidad en el metro. Cuando tropiezas con una pareja comiéndose los morros en medio del caos. Cuando ves a un conductor en medio de un atasco cantando vete a saber qué guiado por la radio de su coche. Cuando ves a un mendigo sonreír, aunque sea por el vino de Tetra Brik. Cuando te sientas en un banco al azar y esperas sólo a que pase el tiempo. Cuando tienes a alguien con quien compartirlo. Como cuando entiendes que hay vida a pesar de Madrid. Y eso basta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué esperanza ni qué ocho cuartos. Miedo y asco en Mandril, siempre.

Los que se devoran mutuamente en medio de la mierda son los más insensibles de todos: no piensan en la desazón del resto, que les contemplamos muertos de envidia por no estar en su lugar...