miércoles, 5 de marzo de 2008

Correos

Lo realmente vital era escribir la carta. Enfrentarse al papel con el bolígrafo y desnudarse, dar la vuelta a la piel y exponer las tripas en lo posible, y dejar de lado el mensaje, que no obviarlo, sólo apartarlo para que resultase natural encontrar una frase que fuera todo jugo gástrico y una firma como un sangrado. A veces era necesario el tachado y la duda para seguidamente reafirmar la víscera. Durante el proceso me olvidaba de las necesidades, porque a la carta correspondían todas las cosas definitivas, porque en realidad puede que la carta fuera sólo una máscara que me imponía para poder ejecutarme delante de ti. La abstracción podía alcanzar cotas de absurdo, sobre todo en los momentos en que nosotros ni siquiera existíamos a los lados del folio, cuando sólo había una carta colgando en el medio de un cuarto a oscuras. La paradoja se completaba en el momento en que precisamente por la única existencia de la carta todo aquello me era más necesario, más urgente, como si no hiciera falta un remitente ni mucho menos un destinatario para que tuviera sentido. Y era la carta y no era yo la que se escribía a sí misma, definiendo las líneas y los márgenes y a veces la sangría. Al tiempo acabó todo, no sin antes cerrar los ojos, firmar y después sentirme como tras haber eyaculado algo prohibido. Lo que ocurrió después sólo fue consecuencia de la inercia: el sobre y el sello, plasmar la dirección anodina y buscar un buzón donde abandonar la mejor obra que haya escrito nunca. Correos hizo el resto, ya sabes.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Enhorabuena por llegar a enviarla. No puedo dejar de sentir envidia por el destinatario.

Anónimo dijo...

volverias a mandarla?

F