martes, 12 de agosto de 2008

Café de mediodía

Empezó brotando de la cabeza, la cabeza como una fuente, cayendo de la cabeza, sobrepasándola, empezó en un café pero aquello podría haber comenzado en cualquier otro sitio, quién sabe, primero parecía sólo una simple idea, igual que pensar en las tetas de una chica o en el partido de fútbol de ayer, sólo un pensamiento, mientras tomaba un café solo en el Rancho Chico, donde el camarero me conoce y me sirve siempre un pequeño cruasán con el café de la mañana, y todo por un euro, imagínate, cómo no ir, y bueno, me quedé con los ojos mirando a un punto que estaba más allá de la pared, concretamente que estaba por detrás de la pared y yo pensaba en algo indefinido, algo así como un espacio en blanco vacío, un vacío espacioso y blanco, un color blanco que ocupaba todo el espacio vacío (no lo tomen al pie de la letra, son sólo palabras aproximativas, aquello era un pensamiento abstracto como un Mondriaan dentro de mi cabeza, un inmenso amasijo de líneas y colores que yo creaba sólo para mí), y yo quería despertar, parpadear fuerte, como se suele hacer en estos casos, mirar hacia otro lado y volver a sepultarme en la realidad, en los pensamientos vulgares, en críticas vacuas sobre el estilismo del resto de clientes del Rancho Chico, en recordar las tetas de una chica, el partido de ayer, cualquier cosa, pero no pude: estaba ahí preso de un zumbido que no era exactamente un zumbido, de un temblor que me asía desde dentro de la cabeza y empezó aquello a surgir a borbotones, primero como un hilillo pastoso sobre la barra del bar, disolviendo mi café, mi cruasán, qué sé yo, haciendo la escena homogénea a partir de mí, convirtiendo todo en iguales, todo pasaba a ser idéntico, lo mismo, hasta este texto, que ahora se disuelve y todo es igual, todo es ahora lo mismo, yo, tú, este escenario entre nosotros, el aire, todo como un espacio vacío en blanco, como un grito que se puede ver, como la foto en negativo de cerrar los ojos.

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