viernes, 12 de septiembre de 2008

Cita a ciegas

Esta vez podríamos quedar. Yo cogeré un tren que pasará por tu ciudad. Tú irás al andén, a un andén previamente elegido, un andén cualquiera. El tren parará en tu ciudad, y yo no bajaré. Así será, no más fácil, pero sí más adecuado. Estaremos separados en el mismo lugar. Así ha sido siempre entre nosotros, como aquellos días en los que me valía simplemente con contemplar cómo tus labios dibujaban las palabras, cómo se formaban las vocales con las dos cuerdas rosadas de tu boca para, después, dejarlas escapar entre tus dientes. Así ha sido siempre, a pesar de que estuviéramos demasiado cerca como para vernos bien, a pesar del aliento compartido o del sudor de los cuerpos. Por tanto, qué nos va a importar que una vez más sea de esta manera, y aún así esta vez tendríamos excusa, tendríamos de por medio hierros, cristal, aire y hueco, espacios separados, la confianza de que el otro está en el otro lado. Esta vez la separación sería real, los dos lo comprenderíamos y sin embargo no nos importaría, tendríamos el pulso acelerado pensando qué pasaría si uno de los dos rompe las reglas de nuestra cita, si decide saltarse la barrera y, por ejemplo, tú entrases en el tren gritando mi nombre o, por el contrario, yo saltase al andén mirando enloquecido a todos lados, a ningún lado. Pero, a quién quiero engañar, no sucederá nada de esto. Porque tengo la sensación de que ya no lees lo que escribo. Porque ya ni siquiera lo leo yo.

2 comentarios:

Dias de ceniza dijo...

Has descrito exactamente lo que siento

Anónimo dijo...

Puto Berjón... me gustó. No tengo más palabras.