martes, 16 de septiembre de 2008

Diabetes mellitus

Nunca olvido a quien he dicho: te quiero. Porque cuando yo digo te quiero lo hago como Bob Dylan cantando I want you, desgarrándome la garganta. Me hago sangre si hace falta.
Cuando digo te quiero lo he meditado previamente. No como aquellos que reparten su amor de baratillo, que lo regalan como si el amor fuera sólo máscara, carrocería, chapa y pintura. Lo único que consiguen así es que, con cada te quiero malgastado, el mercado del cariño se devalúe, que entre en quiebra: todo el mundo accede a él sin esfuerzo y las palabras acaban perdiendo su significado.
Pero en mi caso, como comentaba, es diferente, porque ha sido algo meditado. Mi te quiero es una sentencia irrevocable. Nadie puede ponerlo en duda, es una reflexión sincera. Cuando digo te quiero es bonito y es cruel, es crudo y da miedo.
En ese momento algo tiembla, algo chirría, algo asombra. Algo existe.
Te quiero. Suena como un error definitivo. Como la mejor de las equivocaciones.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me ha encantado :)
Eva S.J.

Anónimo dijo...

Tú si que me das miedo cuando te pones así de meloso.V_V