domingo, 2 de noviembre de 2008

Catabolismo

He encallado en esta habitación. La cerveza me ha rechazado y me ha abandonado a solas en esta penumbra constituida de humo y de noche. A quién le puede interesar este silencio, esta muerte coagulada, esta depresión en los zapatos. La gente no busca esto, la gente prefiere el ruido, la distracción, la gente elige olvidar. A veces me siento como Pessoa escribiendo un poema. Devastado. Desolado. Derruido. Es entonces cuando enciendo otro cigarrillo. Pero la luz que me ofrece es insuficiente, perecedera, y es penosa esta soledad, esta oscuridad que me penetra y me llena y luego no hay nada más. Ahora mi alma es una mina a cielo abierto, un grano supurando, una grieta que se ensancha, que se ensancha. Mi alma sangra en este asiento y su sangre es transparente. Nadie lo ve. Nadie lo grita. ¡Dios mío, este alma está sangrando! Se desparrama por las paredes. Nadie lo ve. Suele ser mejor así. Mi cuerpo se hunde más y acabo por no tener corazón, tripas, huesos, no tengo nada, y entonces aquí no existe eso que llamáis cuerpo. Ya no puedo moverme. Así que opto por huir con el humo de una última, de una póstuma, calada. Y ya no soy. Apago el cigarrillo y me escribo a mí mismo una carta que nadie leerá. Me recuerdo que la tragedia no es la muerte. La verdadera tragedia es el porqué. Punto. Firmo atentamente, y no hay sobre, no hay sello, sé que no va a llegar. No me importa. No tiene que llegar.

No hay comentarios: