jueves, 31 de julio de 2008

Postmortem

Cada día, cuando me despierto, pienso que va a ser el último de mi vida.
Por eso, todo lo que he escrito no es más que una colección de obras póstumas.

martes, 29 de julio de 2008

Mensaje en una botella

¿Te acuerdas de Tico? Siempre estigmatizado por su nombre, ese que con todas las letras era: Patético. ¿Recuerdas a los demás riéndose de él? Paté, le llamaban. Y nosotros, como éramos sus amigos (todavía no sé muy bien por qué, puesto que lo único que hacía era apartarse y callar, mirándonos con esa mezcla de respecto y envidia que nos tenía), le llamábamos Tico, Tico a secas, y eso lo convertía en alguien más cercano, lo hacía normal a nuestros ojos y gracias a ello podíamos soportar su compañía o, incluso, defenderle. Se podría decir que estar con Tico era nuestra buena acción de cada día, era donar el 0,7% al Tercer Mundo con la esperanza de que dejara de ser el Tercer Mundo, de que dejara de ser Patético para ser sólo Tico. Pero, por más esfuerzo que pusiéramos en nuestra tarea de integración, a Tico sólo lo veíamos en clase, nunca quedaba con nosotros para ir al parque a jugar o a correr como locos, o a ir al cine o a lo que fuera que hiciéramos para perder el tiempo.
Cuando cambiamos de instituto dejamos de saber de él. Igual que llegó, se fue de nuestras vidas. En silencio. Y ahora, ahora tan sólo es un recuerdo que vuelve en alguna cena de antiguos alumnos, cuando todos estamos un poco trasnochados y demasiado bebidos como para callar. Entonces puede surgir Tico, como un tema de conversación fantasmagórico. Alguien dice: ¿Te acuerdas de Tico?, y seguidamente podemos hablar horas sobre él a pesar de que nunca lo llegamos a conocer de verdad.
El otro día Juan se lo encontró por la calle, le saludó. Al parecer Tico, un tanto desaliñado, se paró y le miró. Juan dijo que nadie le había mirado así antes, que luego murmuró algo y se fue. En silencio. Como siempre. Supongo que es que Tico siempre fue como un mensaje en una botella flotando en el patio del colegio. Nosotros cogimos la botella y la protegimos, la protegimos con todas nuestras fuerzas. De hecho, logramos que la botella nunca se rompiera. Pero jamás llegamos a leer el mensaje. Éramos un montón de analfabetos delante del Quijote.
Sí, vaya si me acuerdo de Tico.

jueves, 24 de julio de 2008

Un paseo por León

En esta ciudad donde he vivido y he muerto tantas veces.
Donde aprendí a perder, a beber, a escribir cartas de amor.
En esta ciudad donde se ha ido muriendo todo en lo que creía
hasta dejarme desnudo y solo frente a ella, frente a esta ciudad dura,
y tengo miedo de pronunciar su nombre, de escribir más sobre ella
porque sería como invocar todas mis carencias, todos mis errores, sobre mí.
Pero por más que la censure no puedo evitarla
porque siempre está conmigo, porque es parte de mí,
y negarla sería como extirparme el alma.
Quizás por eso
cada vez que paseo a solas por León
me siento indefenso.

martes, 22 de julio de 2008

22

Estoy hecho añicos.

sábado, 19 de julio de 2008

Plagio

Cuando despertó, ella todavía estaba allí.

miércoles, 16 de julio de 2008

Visitas al desván

Teníamos las muñecas en el desván, tan quietas. Yolanda y yo las veíamos todas las tardes, antes de que se pusiera el sol, en ese momento en que por la pequeña ventana entraba la luz iluminando sus ojos insomnes. Esta costumbre provocaba que a lo largo del año tuviéramos que adaptar nuestro horario de visita a las horas de luz que correspondieran a la época, y así en invierno las veíamos a media tarde, a veces teniendo que escapar de nuestras obligaciones, y en verano incluso después de cenar, pero no nos importaba porque el espectáculo merecía la pena: las muñecas colocadas en fila estricta, tan quietas, tan serias, como acostumbradas a la espera de cada día a la que las sometíamos, para luego llegar nosotras dos y abrir la puerta y observar unos minutos cómo la última línea de luz desaparecía por debajo de sus narices. Nuestras amigas no nos entendían y nos despreciaban cuando las abandonábamos en cualquier parte y salíamos corriendo bajo la necesidad de ver a las muñecas. Nuestros padres tampoco, pero bueno, ya se sabe, chiquilladas, cosas de niñas, y reían mientras tomaban café.
Una noche que Yolanda no podía dormir, subió al desván a buscar la compañía que yo no le ofrecía, dormida como estaba. Unos ruidos sobre mi cabeza me despertaron, pero yo en aquel momento no comprendí y por tanto no hice caso, dándome la vuelta para volver a dormir. Al día siguiente Yolanda estaba rara, como ausente, y tenía esos ojos. Al atardecer fuimos como siempre a ver a las muñecas, pero esta vez ella no estaba sonriente como solía, y yo le pregunté si le pasaba algo y ella sólo dijo: no. Los días fueron pasando y yo iba notando las cada vez más reiteradas escapadas nocturnas de Yolanda, su cambio de carácter, sus ojos cada vez más fríos, sus respuestas taciturnas a todo, a las preguntas, a la vida.
Una tarde de verano, estando con las demás amigas en el parque saltando a la comba, Yolanda y yo vimos cómo el sol empezaba a descolgarse por una esquina del cielo y nos giramos a las demás y dijimos lo de siempre, que si las muñecas, que si tal y cual y, aunque no nos entendían, como siempre aceptaban, pero que si vaya manía tienen con las putas muñecas estas pavas, que si deberíamos madurar, etc. Salimos corriendo hacia casa, subimos las escaleras del portal, cogimos el ascensor, y pulsamos el último piso, donde los desvanes. El ascensor subía y la luz artificial no le hacía bien a Yolanda, la dejaba como más tiesa y fría, si cabe, que como iba siendo costumbre las últimas semanas. Yo no me di cuenta hasta que entramos como cada tarde en el desván, y allí estaban las muñecas, ordenadas, en fila, tan quietas, con el sol abrazándoles la frente como cada vez, la imagen habitual, y entonces Yolanda tan quieta, se giró hacia mí con esos ojos y se colocó en su sitio, un hueco entre una muñeca de vestido rosa y otra con un traje irlandés, y no dijo nada más. Y yo me despedí como cada tarde, qué iba a hacer si no.

martes, 15 de julio de 2008

Lisboa

En Lisboa puedes ver cómo el Tajo se deshace en el Atlántico. Con eso bastaría.
Con eso o con comprobar cómo tu vida flota en un vaso de Super Bock y es frágil y no te importa, o al menos no te importa tanto como debería. Beber en Lisboa no es perder el dinero, es invertirlo. Invertirlo en una felicidad condicionada, una felicidad que viaja desde los labios de un mendigo que te pide un cigarrillo y después susurra: obrigado, una felicidad que está en cualquier esquina del Barrio Alto, entre vasos de plástico vencidos y guiris que vomitan al son de un fado, una felicidad que está enterrada con Pessoa, una felicidad que sueña con conquistas de otro tiempo y crisis bursátiles del ahora, una felicidad que viaja en un taxi a velocidades prohibidas, subiendo y bajando cuestas, subiendo y bajando, conectando cielo e infierno por calles empinadas y ascensores y tranvías, y en fin, Lisboa ahí está en el medio, en una especie de purgatorio construido sobre un asfaltado de claveles. Un purgatorio, eso es: en Lisboa podrías morir mientras te encoges de hombros. Desde luego que con eso bastaría.

sábado, 5 de julio de 2008

El evangelio según la biología

Jesús de Nazaret nació, creció y murió. Todavía no sabemos si llegó a reproducirse o no.

miércoles, 2 de julio de 2008

Temporizador

El médico descubrió durante la auscultación que, en vez de los latidos del corazón, aquello era el sonido de una cuenta atrás.