miércoles, 25 de marzo de 2009

Moebius

Déjenme aclararles: yo no sólo conocí a Alberto Berjón, yo viví a Alberto Berjón. Con esto quiero decir que le conocí en un plano más profundo. Tampoco me malinterpreten, no hablo de sexo. Por desgracia éramos heterosexuales. Me refiero a que no nos limitábamos a tomar copas juntos cuando él aparecía por aquí, sino que convivíamos en el mismo zulo cultural. Compartíamos libros, escuchábamos artistas similares, venerábamos películas por igual. Cada uno a su manera, claro está, no éramos gemelos. Para que me entiendan, peleábamos en el mismo ejército pero cada uno como podía, cada uno en una trinchera distinta. Por ejemplo, ambos escribíamos. No sé si lo que escribíamos era realmente bueno o no, ni me importa, lo que cuenta es que lo que escribíamos era lo que nos habría gustado leer. El problema era que nunca fuimos muy regulares, sobre todo yo. Y, aunque Alberto era más productivo (sobre todo con los textos cortos), siempre dejaba a medias los grandes proyectos: las novelas, la vida. Y yo también, éramos expertos en dejar asuntos pendientes. Y un poco a eso se reducía todo los que nos unía: escribir, sobrevivir, leer, escuchar música, volver a escribir, beber, volver a beber, fumar, conspirar, masturbarse. Hablábamos sobre los grandes temas de la humanidad, ya saben, el sexo, la política y la muerte. Pero sobre todo hablábamos sobre lo que escribíamos. Teníamos cada uno un blog y así nos podíamos leer el uno al otro, aunque él estuviera en Madrid y yo en León o en otro lado. Nos comunicábamos por Internet con relativa frecuencia, y a veces ocurría que nos saludábamos en el chat y después nadie decía nada, quizás él se había ido a hacer algo y había dejado el ordenador encendido, o quizás no nos atrevíamos o no teníamos nada que decirnos. Creo que a veces era tanta la pereza de enfrentarte a lo mismo una y otra vez, a ese exceso de escritos que se acumulaban, al si no has leído lo último que he escrito, al si lo puedes leer, por favor, y después que si te lo critica, decir que es magnífico, bueno o un poco flojo para ser tuyo, lo que sea, y a veces nos daba tanta pereza que lo posponíamos a otro rato mediante una excusa, que si me voy a comer, tengo cosas que hacer, luego lo leo, y todo aquello en cierto modo era una obligación, escribir, leer, etcétera, y acababa siendo tan repetitivo como si ambos estuviésemos encerrados en un gigantesco déjà vu, como si todo lo demás, lo que viene a ser el resto de nuestras vidas, fuera una pérdida de tiempo, una nota a pie de página de esta cinta de Moebius de la que nunca supimos cómo salir, de la que nunca quisimos salir.

1 comentario:

Nova Persei dijo...

Yo quiero vivirte también! Escribirte, leerte, escucharte, beberte,volver a beberte, conspirarte...