martes, 24 de febrero de 2009

Humanismo ilustrado

Todo para el hombre, pero sin el hombre.

domingo, 22 de febrero de 2009

El presidente onanista

Se acercó a su oreja y le dijo: quiero que seas mi mano derecha.

jueves, 19 de febrero de 2009

El hijo pródigo

Ahora que lo pienso, cuando vuelvo a casa de mis viejos es como si volviera al centro de desintoxicación. Les veo ahí sentados, con aire trascendente y pesado, y entonces te cuentan sus errores y te aconsejan que tú no los cometas mientras ellos no paran de tropezarse con la misma historia, es exactamente igual que volver a escuchar a Luis, aquel bendito politoxicómano, diciéndome que no me pique en la puta vida y acto seguido el tipo se levantaba, iba adonde Maite, la enfermera, y se ponía a suplicar por una dosis, sólo una dosis más, de metadona. Pues como decía, ellos están ahí, con esa forma de mirarte que dan ganas de decirles qué sé yo, están totalmente destruidos por la vida y te miran como desde el otro lado de la carretera, cuando ellos ya han cruzado y se giran para ver si cruzas de una puta vez, o te miran como ciervos atropellados, un enorme par de ciervos atropellados en mitad de la carretera, en cualquier caso recriminándote por no haber cruzado, así te miran, y yo creo que esperan una maldita excusa, una frase que les sirva para agarrarse, algo como "he sido un idiota" o "os he echado de menos" pero yo no pude decir nada de eso, miré a mi maleta, mi pequeña maleta aún sin desempacar, y me me decidí a dar la vuelta, rumbo a la puerta de entrada, supuse que entonces los ciervos se pusieron de pie, asustados, papá y mamá de pie, mudos, y dije de espaldas: "os escribiré una carta". Sin darles tiempo a responder, cerré la puerta.
Volví al centro de desintoxicación. Mentí, dije que había vuelto a caer en lo de siempre, Maite me acompaña a mi habitación. Paredes blancas y un crucifijo colgando de la pared. Respiro hondo. Luis se asoma a la puerta del cuarto, dice: esta vida es una mierda, compadre. Y yo me siento como en casa.

lunes, 16 de febrero de 2009

Adaptación contemporánea

Como dijo Ortega y Gasset: el secreto está en la masa.

domingo, 15 de febrero de 2009

Ikea

Puede que el verdadero nacionalismo sea algo tan simple como atrincherarse en el salón de tu casa.
Previamente habría que diseñar una bandera que resulte atractiva, nada demasiado hortera o extravagante que no pueda combinarse con la ropa cuando uno salga por ahí a hacer orgullo patrio, confeccionada a partir de una sábana vieja pero lustrosa, para después colgarla del balcón o, en su defecto, de la cuerda de tender la ropa; y también sería necesario dibujar unas fronteras bien delimitadas, basta con unas líneas rojas discontinuas en los alféizares de las ventanas y en la puerta del hall, donde puede acompañarse la correspondiente línea roja de un paso fronterizo como Dios manda: con barrera levadiza, y un guardia fronterizo al que habrá que pagar su salario correspondiente, según dicten nuestras propias leyes.
Tampoco hay que olvidarse del nombre, un lugar independiente tiene que hacerse respetar y cómo va a hacerse respetar un país que se llame Pepelandia o Disneylandia. Nada de nombres propios mutados por obra y gracia de los sufijos, no. Lo que hay que hacer es construir un nombre mezclando letras del abecedario hasta que se forme una palabra que no evoque absolutamente nada, para que sólo pueda ser identificado con nuestra región. Así por ejemplo: Fertobia, Runtipolia, Terana, Yofoja... siempre teniendo cuidado con las posibles rimas que pueden construirse con el nombre correspondiente con vistas a evitar mofas. Después hay que hacerse con suficientes víveres como para sobrevivir un largo tiempo sin tener que salir al extranjero. No olvide la provisión de drogas (legales e ilegales). El menudeo puede ser una fuente ilícita de ingresos muy adecuada para estos tiempos de recesión. Asimismo, saque todo el dinero de su banco de confianza, métalo en una maleta y llévelo a su piso.
Una vez hechos los preparativos, hay que declarar la independencia. Con una llamada a los vecinos bastará. Tampoco hay que darse mucha más publicidad que luego la gente se pone tonta y mandan a la policía y te ilegalizan todo en un plis plas. Además es posible que haya que soportar no sólo el acoso de la policía extranjera sino también de los vecinos, haciéndose pasar por turistas inoportunos en busca de un poco de sal para condimentar vaya usted a saber qué. Por eso es importante tener un guardia fronterizo en condiciones, que les exija pasaporte y demás documentación en regla.
Ya atrincherado, un nuevo mundo de oportunidades se abrirá para usted: crear una selección nacional de su deporte favorito, que entrenará donde tenga a bien (natación en el baño, atletismo en el pasillo, lucha libre en la cama...), fiestas nacionales con sus correspondientes actividades: día de la PlayStation, día de las películas (bajadas de Internet), día de la Independencia (una botella de güisqui bastará para celebrarlo)..., firmar leyes a su gusto...
No olvide que en su situación usted deberá mantener relaciones diplomáticas con el exterior, para lo cual es muy importante que tenga usted acceso a Internet y al menos un teléfono. Tiene que tener cuidado con los precios abusivos que compañías extranjeras intentarán imponerle sin tener en cuenta las leyes promulgadas por su autogobierno, por lo que debe ser firme en sus discusiones con los teleoperarios con los que, por desgracia, mantendrá tensas disputas para conseguir una oferta más justa para su país, con líneas musicales de lo más melosas que intentarán distraerle de su objetivo: un precio económico, así que tendrá que abstraerse de esos cantos de sirena como un Ulises cualquiera.
Pasarán los años y, con un poco de suerte (siempre que evite las visitas de los médicos y sus diagnósticos de esquizofrenia paranoide), llegará el día en que su país sea conocido como un paraíso (fiscal, terrenal, sexual... no importa mientras se considere paraíso), serán los tiempos del aperturismo, tiempos felices, los tiempos de las borracheras en el salón y el sexo sin condón, y así será el momento oportuno para formar una Verdadera Familia Real (valga la redundancia entre verdadera y real), que le permita perpetuar su Estado más allá de su vida, y así sus hijos mirarán con orgullo la bandera que cuelga del balcón, ese bendito trozo de sábana que ondea contra el mundo mientras usted espanta a las palomas que la pueblan y se ríe pensando en su vida anterior y en todas las bagatelas a las que ha renunciado por este hermoso sueño de 80 metros cuadrados, su propia nación.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Volver

Enciendo un cigarrillo. Llevaba tanto tiempo sin escribir.
Lo confieso, me encantaría volver a escribirte. Trazar tu silueta con mis palabras, definir tu cuerpo en un juego gramatical. Pero me siento incapaz de crearte. Y por eso me encuentro enloquecido, acuchillando libros, asesinándolos uno tras uno en este enorme pelotón de ejecución que es mi estantería, y eso, eso es a lo único que puedo aspirar: sólo sé destruir. No aspiro a tu cuerpo, que ahora se limita a ser c-u-e-r-p-o: seis letras contra mi mirada, porque ahora que escribo “cuerpo” ya no lo siento, no lo veo, no lo puedo tocar, sólo consigo fragmentarlo en fonemas sin sentido, y cada guión separando las letras es la sangre de esta vivisección, de este olvido semántico, de esta demencia de la escritura. Es algo tan natural como trágico.
Apago el cigarrillo. Enciendo otro. Hago café.
Me encantaría volver a conocerte. Como si fuera la primera vez. Construir desde mi amnesia otra vez todo. Merecería la pena, dejar esta melancolía, obviar lo anterior como se obvia un sueño. He muerto tantas veces en mis sueños.
Me rasco la cabeza.
A veces pienso que sólo importa el sexo y que todo lo demás es teatro. Pues bien, si eso es cierto, ahora vivo en medio de una pésima obra de teatro. Los personajes son planos y predecibles y yo me vuelvo plano y predecible. Si el adolescente que fui hace poco tiempo me viera se le caería la cara de vergüenza. Soy vulgar. Soy uno más de esos que desean suerte antes de los exámenes, de esos que hacen cola en la caja del supermercado, soy uno más de esos que acaban atrapados en un atasco y que cuentan chistes verdes a sus amigos mientras se emborrachan. He perdido la literatura y he perdido el sexo. Sólo me queda el teatro.
Acabo el café. Enciendo un cigarrillo. Al menos he vuelto a escribir.