lunes, 16 de noviembre de 2009

Fénix

Por el amor de Dios, que alguien me detenga. No debería estar aquí, planeando un regreso triunfal, como si yo pudiera siquiera regresar. Como si pudiera ser triunfal algo así. ¿Regresar de dónde? ¿Regresar a qué? Que alguien me llame por teléfono, por favor, y me diga: sal de ahí inmediatamente. ¿No te das cuenta de que eso no lleva a ningún sitio? Escribir es como alimentar un monstruo. Cada palabra es una cucharada de papilla introducida a presión en su boca, que rebosa papilla como la de un bebé feo y gordo. Escribir es cebar al monstruo. Una cucharada por papá. Otra por papá. Y otra. Y otra. Egocentrismo puro. El monstruo engorda gracias a su padre. Aunque en realidad no es más que el desagradable reflejo de su propio padre.
Pero cuánta incontinencia tengo. Y qué desagradable es todo esto, este volver a mi descampado cubierto de jeringuillas usadas, mi descampado asolado al que de vez en cuando algún curioso se asoma y entonces se asusta, grita de terror al ver al monstruo que yo mismo amamanto en mis ratos libres, el monstruo en todo su esplendor y decadencia, solo, muy solo en mitad de la explanada, e incapaz de moverse de ahí de lo gordo que está el cabrón. Y no lo sé, pero quizás el monstruo, mi escritura, ha muerto. Y en ese caso yo sería el padre de un enorme hijo muerto al que someto a esta respiración asistida, a esta papilla que ya no puede tragar y que tengo que inyectársela en vena. Porque hay algo de necesidad aquí. Esa clase de necesidad que te empuja a encenderte otro cigarrillo, a beber una copa de más, a pensar de nuevo en aquella persona que no piensa en ti. Es esa necesidad que te lleva a la sobredosis. La que después, cuando ya la has complacido, cuando ya has cedido a esa nostalgia que tienen todas las adicciones, produce tanto remordimiento.
Para de un vez, detente, debería decirme alguien, ahora mismo, sólo para que yo sepa que no puedo parar.
¿Regresar? Eso estoy haciendo. Porque quería dejar morir de inanición a este monstruo. Quería salir de este lugar desolado y dejarlo abandonado, como un museo del horror. Al igual que un campo de concentración nazi con visita guiada. Pasen y vean, este es mi Auschwitz. Esta es mi cámara de gas. Deberían sacarle fotos. Hablo en serio. Es lo mejor que tengo que enseñarles.