miércoles, 17 de noviembre de 2010

Tricotilomanía

Los chicos que eran por aquel entonces se hicieron sus respectivos blogs y así fue como empezaron a poner su granito de arena en la gran letrina que es Internet. La necesidad del verbo, la naúsea del verbo, por fin se materializaba en sus correspondientes vómitos de palabras ordenadas. Pronto, la producción se hizo abrumadora. Las horas muertas se transformaban en algo que se asemejaba a la literatura. De hecho, cuando pasabas por encima sin fijarte mucho podías jurar que eso era literatura, pero si te hubieras acercado, si hubieras husmeado, así, con el hocico en la pantalla, si hubieras chupado, apretado aquello hasta exprimirlo, te habrías dado cuenta de que eso era otra cosa. Literatura convertida en algo parecido a una bola de pelos que sacas del desagüe. (Ahora debes poner cara de desagrado: qué asco, yo creí que era literatura. Pues no: es una bola de pelos. Que lo sepas.) Pelos como frases, perfectamente alineados y peinados en el gran engaño y, también, autoengaño. Porque los chicos también creían que aquello era literatura. Lo leían entre ellos y se elogiaban tal o cual frase. Qué ingenioso, decían, mientras pensaban: te habrás quedado calvo. Y no les faltaba razón. Ya que los chicos que eran por aquel entonces dejaron de serlo y, con el tiempo, se fueron quedando calvos. Perdiendo las ganas de escribir. Pero aunque estaban desmotivados, no desistieron: siguieron arrancándose hasta el último pelo con una desgana magistral que sólo los años esculpen. Qué menos que escribir una vez al mes, pensaban. Ya no se acordaban de la época en que era un ritual casi diario.

Pelo a pelo, hasta que un día llegaron al último pelo. El último texto. Con el consiguiente repaso al blog para decidir, por fin, que eso está terminado. Y hundieron la mano en el desagüe. Vaciaron el blog. Sacaron la maraña. Los pelos colgando muertos entre los dedos. Réquiem. Funeral. Kaput.

Pero no es que estuvieran renegando de su pasado. Es que necesitaban una peluca.

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