jueves, 30 de junio de 2011

Historia de un fracaso (2)

Todos los días te compongo el poema más silencioso del mundo. Una ausencia de palabras que te explica cuánto te quiero, cuánto te necesito. Un poema que empieza con el pitido insolente del despertador. El sonido de las magdalenas mojándose en el café. El agua de la ducha reventando contra la piel enjabonada. El suave chasquido de un tímido beso de despedida. El ruido de la puerta al salir de casa para trabajar.
Un poema que te dice: no sabes que eres adicto a algo hasta que sufres un síndrome de abstinencia. Que te hace creer que puedes dejarlo cuando quieras.
Rimé todos los versos al son de los latidos de tu corazón, esos que, cuando fingimos que nos vamos a dormir, suenan como el murmullo lejano de una estampida. Como un ejército realizando maniobras en las afueras de la ciudad. Como el mar dentro de una caracola que nadie se acerca al oído.

Cuando lo saqué a la luz, la crítica lo destrozó.
Sinopsis: los personajes del poema son felices o al menos aparentan serlo. No hay ninguna trama más allá de la relación sentimental. La acción tiene lugar en un sueño. El protagonista no sabe despertar. O no quiere. No nos importa lo más mínimo.
Cursilada, ñoñez, pérdida de tiempo. Eso dijeron.
El autor no sabe escribir poemas. Eso dijeron.

Aún así no me lo tomé como una ofensa.
Porque todos los poetas que me gustan están locos. O muertos.

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