lunes, 28 de febrero de 2011

Fuck me, I'm famous

Regla de oro: tener la capacidad para llegar a todo el mundo no implica llegar a todo el mundo. A veces hay que empezar por las obviedades para poder destruir los sueños. Nos ofrecieron un inmenso descampado para que hiciéramos con él lo que quisiéramos. A pesar de encontrarnos aturdidos ante el infinito de posibilidades, no tardamos en hacer lo que mejor sabemos hacer: fuimos egoístas. Lo teníamos todo a nuestro favor: nunca había sido tan fácil actuar como gurús. Aceptamos el culto a la imagen como derecho fundamental. Stalin puso estatuas de sí mismo por toda la URSS. Nosotros, pequeños megalómanos como somos, pusimos fotos de nosotros mismos por toda la Red. Construimos púlpitos donde no había nada, creímos que era el momento para que el mundo nos escuchara. Pero se nos olvidó que el mundo tenía que querer escucharnos. Balbucear el mensaje no ayuda en un lugar donde todo el mundo está balbuceando. ¿Será sólo cosa mía o es que esta habitación acolchada a la que llamo blog no es más que una más de los millones de habitaciones acolchadas del gigantesco manicomio de Internet? Millones de imbéciles soñándose creadores ante el auditorio desierto, pero, ¿cómo vamos a tener público si todos estamos actuando a la vez? Nuestro único público son las miradas de reojo que nos propinan los que están actuando en el escenario de al lado. Lo común se devalúa: las opiniones se devalúan, las creaciones se devalúan. El silencio es un valor al alza. Hablar a solas ya es algo demasiado normal. Miradnos: somos animales en un matadero soñando con ser la mejor carne del mundo.

jueves, 24 de febrero de 2011

Liquidación total

Te encontré en un escaparate. Mi mirada distraída se posó en ti, en tu contorno blanco marfileño, lanzado por los fotones de la luz eléctrica a través del cristal directamente hacia mis retinas miopes. Yo buscaba una buena oferta, o lo que es lo mismo: no buscaba nada concreto. Esperaba que algo que nunca hubiera deseado me convenciera de que tenía que hacerme con ello. Convencer al comprador de que la oferta es su demanda. En eso debe consistir el capitalismo. En eso consiste el amor.

Opté por quedarme admirándote, deseando tu amor de PVC, soñando con tus manos heladas entre los pliegues de mi ropa interior. Así fue como apareció la necesidad urgente de romper la barrera. Como un ciego delante de un televisor. Como un cura delante de un crucifijo. Como un onanista delante de su ordenador. Mi soledad previa fue lo que me hizo enamorame de ti. Fue lo que hizo que empezase a buscar por la acera un adoquín suelto.

Nos tracé un plan de fuga. Una buena pedrada en el cristal, un salto entre los añicos transparentes hacia ti, y después raptarte como Europa (y llamarte Europa porque todo lo que sé de Europa es que fue raptada), entre mis brazos, y la posterior huida en coche, que sería lo más breve posible puesto que no sé conducir. Los dos como crash test dummies momentos antes de la colisión, nos diríamos que nos queremos a morir. Ya sabes que la gente suele recordar lo mucho que se quiere cuando es demasiado tarde. Cuando el airbag falla, cuando el cáncer ha metastatizado, cuando se va a ejecutar la pena de muerte, cuando suena el disparo final: cuando se ejecuta la pena, cuando se ejecuta la muerte.
Cuando la vida te manda la carta de despido.

Cogí la piedra más grande que había a mi alcance. Una piedra a modo de carta de amor. Vi tus ojos en blanco, tus labios en blanco, tu cuerpo en blanco, el cartel que rezaba: liquidación total. Apreté la roca contra mis dedos.

Sólo tú sabes lo que pasó después.

lunes, 21 de febrero de 2011

Encuentro con el viejo profesor de ajedrez

Encuentro fortuito con el viejo profesor de ajedrez. El bar está prácticamente vacío. Una partida silenciosa tiene lugar en la barra. Él se gira y me saluda, con la indiferencia o la precaución que da el bache generacional o igual es que él es así con todo el mundo. Se acuerda de mi nombre. Yo no me acuerdo del suyo. No ha cambiado apenas. Sigue igual de calvo, gordo (quizás un poco más gordo) y lleva las mismas gafas. Está tomando un té. Me pregunta qué tal me va. Le cuento mi situación como un actor que se ha aprendido la respuesta de memoria. Le comento que me iré a Madrid y él me dice que todo el mundo se va de León, a Madrid o a Barcelona. Da la impresión de que dentro de poco tiempo vaya a quedar él solo en la barra de este bar mirando al té, en medio de un León convertido en ciudad fantasma, en ciudad cementerio. Me pregunta qué voy a hacer. Anatomía Patológica, respondo. Intento explicar en qué consiste, pero al poco él pone mala cara y dice: quita, quita. Me cuenta la anécdota en la que Guerra, el torero –me aclara–, fue presentado a Ortega y Gasset. Cuando Guerra preguntó a qué se dedicaban los filósofos y alguien le respondió que "a pensar", Guerra dijo: "Hay gente pa' to". Nos reímos. Acto seguido comenta que los hospitales le dan mala espina, que el año pasado se operó. No me atrevo a preguntar de qué. Asumo que es mejor así. Sin profundizar en nada, manteniendo la conversación lo más superficialmente posible. Le pregunto qué tal va lo de dar clases de ajedrez. Dice que cada vez hay menos calidad y cantidad. Dice que todos los niños quieren ser futbolistas. Resignación. En ese momento tengo la sensación de que todo va a peor. Quizás esa sensación es lo que se conoce por nostalgia. Todos futbolistas. No sabemos qué más decir. Nos despedimos. Yo le digo que me alegro de verle. Y se lo digo de verdad.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Lemas para una revolución

Si pensamos en la evolución de la sociedad podemos concluir, de una manera simplista, que ésta funciona a base de ensayo-error. Creo que esto debería hacerse de esta otra manera, opinaban algunos con suficiente respaldo, poder o suerte como para llevarlo a cabo. Basaban sus opiniones en algo que hubieran leído, algo que hubieran soñado, algo que no tenía ninguna prueba material para ser defendido. Pero no importaba la falta de pruebas ante el nuevo sistema propuesto. Lo que realmente importaba era la capacidad de convicción, ya fuera mediante las palabras, las armas, el despotismo, las leyes, o cualquier medio que otorgase la capacidad de aplastar a todos bajo el mismo ideal. Así, la Historia no es más que la recopilación de todos los grandes errores de la humanidad, los que salieron mal y los que aún siguen en funcionamiento. La colmena se organizaba de manera piramidal, siempre poniendo en la cúspide a aquellos que hubieran triunfado. Acto seguido el sistema ensayado previamente era calumniado y pasaba a ser recogido como un nuevo error para la colección. Llegados a este punto parece fácil y sensato digerir frases como: el pueblo que olvida su historia está condenado a cometer los mismos errores; o: el sistema actual es el menos malo posible. Ahora se habla mucho de que el mejor camino es la democracia (entendida como una plutocracia encubierta), ahora es lo que toca.

¿Tiene sentido acomodarse al pensamiento del sistema actual? ¿O es que resulta imposible escapar de todo lo que se da por supuesto en la sociedad? Las cosas son así, parece que es imposible cambiarlas, podemos decir con resignación. Pero, ¿merece la pena iniciar un nuevo ensayo y condenar lo anterior como un craso error? ¿Realmente hay alguna alternativa futura? ¿Supondría eso un retroceso? ¿Da igual las muchas preguntas que nos hagamos porque no se pueden responder hasta que se ponga algo nuevo en marcha? ¿Pero el qué? Parece fácil advertir los fallos del sistema actual, no hace falta más que ver a un hombre pedir dinero a las puertas de un centro comercial donde otro hombre, mejor vestido, entra sin dignarse a mirarle a la cara. Parece inhumano, pero todos hemos sido en algún momento ese hombre que ignora al mendigo. Asumir que eso es lo normal no hace más que reforzar el conjunto de principios reinantes. Y esto sólo es un ejemplo. Pongamos otro. Nos parece natural que la educación se debe basar en la desconfianza. La gente por norma general no estudia ni tiene interés por aprender, asumimos, por lo que tenemos que comprobar que han estudiado, poniéndoles exámenes en los que desmuestren que se han aprendido el temario. Pero, ¿y si la gente no tiene interés por estudiar exámenes a causa del sistema? ¿No parece razonable pensar que si la sociedad tuviera otros principios cambiaría lo que creemos que es inamovible? ¿Pero qué principios cambiar? ¿Se pueden cambiar? Y si se pueden, ¿nos da miedo equivocarnos? ¿El miedo a la incertidumbre de algo nunca-visto-antes es tan grande como para apoyar los fallos de lo contrastado y conocido?

Me pregunto si no será que esta democracia realmente es el sistema definitivo. O si es que en realidad somos lo suficientemente cobardes como para no tratar de cometer un error diferente. Yo soy un cobarde redomado. Pero, ¿cuántos cobardes hacen falta para tener valor?

martes, 1 de febrero de 2011

Prison is a state of mind

Una cárcel puede ser una línea de metro. Puede ser recorrerla todos los días en hora punta. Pisar todos los días la misma calle hacia el mismo puesto de trabajo. Una cárcel puede ser tu coche, tu plaza de aparcamiento, tener que echar gasolina, tener que pensar en el precio del barril de Brent sin saber qué cojones es un barril de Brent. Una cárcel puede ser una oposición, puede ser una cocina, puede ser una cama, puede ser ver un programa del corazón, un noticiario, puede ser ver cómo muere un hombre en televisión mientras desayunas cereales.

Una cárcel puede ser cualquier cosa que acabe convertida en rutina.

Una cárcel puede ser actualizar un blog.

Y esto el fracaso del plan de fuga.