martes, 7 de febrero de 2012

Niños que querían ser astronautas y trabajan en una sucursal bancaria

Hemos intentado conseguir todo lo que lo demás esperaban de nosotros. O lo que creíamos que los demás esperaban de nosotros. Lo más apropiado. Y así es como hemos conseguido que en cada uno de nosotros haya un pequeño niño traicionado. Porque cuando te preguntaban qué es lo que querías ser de mayor no era para darte opción a serlo. Era para reírse de ti. Qué mono, astronauta [tras el comentario, los adultos beben licores de alta graduación y se ríen con cierta tristeza]. También es cierto que en los periódicos no abundan las ofertas de empleo para astronautas. Aunque tampoco es que haya muchas ofertas de empleo últimamente. De hecho, si nos tuviésemos que fiar de los periódicos, tendríamos que dedicarnos a la prostitución en sus múltiples facetas. Al parecer, Marx se equivocaba de verbo. El trabajo ni aliena, ni dignifica: el trabajo prostituye al hombre. En general, trabajas para poder hacer lo que quieras. Después de trabajar. Se suele ver el trabajo como un medio, no como un fin. Lo único que pedimos es que sea un medio lo menos desagradable posible, por favor. Y tampoco es que tengamos muy claro cuál es el fin que perseguimos. Dinero, perpetuar la especie, supervivencia, felicidad, vacaciones en la playa, unas cervezas el fin de semana, o cualquier otra cosa que se te ocurra. Fines que al final no se parecen en nada a los sueños.
Yo de niño quería ser boxeador, hasta que me enteré de que era un trabajo en el que asumías la posibilidad de sangrar. Después quise ser millonario, para no tener que trabajar. Después quise ser escritor cuando entendí que lo de ser millonario no era un objetivo realista. Y ahora, que no soy ni boxeador, ni millonario, ni escritor, quiero ser niño otra vez.
Resulta que le estoy cogiendo gusto a esto de estar frustrado.