miércoles, 7 de marzo de 2012

Programación infantil

Advertencia: este cuento contiene piezas pequeñas que pueden provocar asfixia en caso de ser ingeridas. No recomendado para menores de 3 años.


Pi-pi-pi-pi. El monstruo apaga el despertador y acto seguido da un par de vueltas en la cama, remoloneando, luchando contra sí mismo o quizás contra las sábanas, que han cobrado vida y le agarran con fuerza sobrehumana, y así es como da vueltas a la derecha y a la izquierda, una y otra vez, poniendo cuidado, eso sí, de no aplastar a la hormiguita con la que duerme. Después, el monstruo acaricia a la hormiguita, que tiembla de miedo tras tanto ajetreo, y se levanta como un coloso aturdido, atontado por el madrugón y por los últimos resquicios de la fase REM, llega tambaleándose a la cocina, donde engulle a modo de desayuno lo primero que pilla. Un poco más despejado, se abandona en la ducha cinco minutos y vuelve al cuarto, todavía con el vello un poco húmedo, para vestirse a toda prisa. Mientras se viste, al monstruo le gusta observar en la penumbra la silueta de la hormiguita, que a ratos se finge dormida, pero en realidad la mayor parte del tiempo está observando curiosa su cuerpo destartalado. Antes de irse a trabajar, el monstruo se despide de la hormiguita, generalmente con un beso de gran ternura (para ser un beso de monstruo), aunque a veces se le va la mano (es decir, la boca) y la hormiguita sufre los daños colaterales de semejante muestra de cariño. Una vez en la oficina, el monstruo se dedica a hacer su trabajo lo mejor que puede (obviamente trabaja de monstruo, un puesto apto para su cualificación) y, aunque suele estar concentrado en lo que está haciendo, de vez en cuando no puede evitar pensar en la hormiguita y en qué estará haciendo. Así que en esas ocasiones le hace una llamadita y hablan de cosas intrascendentes (porque hablar de asuntos trascendentes por teléfono es de mala educación). Al final del día, agotado de tanto trabajo, vuelve a casa sin poder dejar de pensar en la hormiguita, en darle un beso y hacer esas cosas que hacen los monstruos con las hormigas, ya sabéis, así que sube a toda prisa las escaleras de su casa, abre la puerta y grita el nombre de la hormiguita. ¡Hormiguita! ¡Hormiguita! Mira en todas las estancias del piso pero no encuentra ni rastro de ella. ¿Hormiguita? No está ni en la cocina, ni en el baño, ni en el salón, ni en la habitación. No está y ni siquiera ha dejado una nota. El monstruo comienza a llorar desconsoladamente y secreta lágrimas de monstruo, de esas que sólo salen cuando algo realmente malo ha sucedido, y llora tanto que se va deshinchando poco a poco, poco a poco (recordad que los monstruos están constituídos en un 99,9% de agua y que ese es el motivo por el que no suelen llorar), hasta hacerse realmente minúsculo, tan pequeño que está a punto de esfumarse, y es entonces, estando en su mínima expresión, en el momento final, justo antes de desaparecer, cuando se da cuenta de que la hormiguita estaba aplastada bajo la suela de su zapato.
Pi-pi-pi-pi. Apago el despertador y acto seguido doy un par de vueltas en la cama.