lunes, 8 de diciembre de 2014

DEP

No quiero que tengáis esperanza. 
Quiero que perdáis lo último que se pierde antes de que perdáis todo lo demás. 
Prended fuego a la imaginación. Pegadle un tiro en la nuca a la ilusión. Caminad sin mirar hacia el horizonte. Sin destino, salvo por el peaje obligatorio antes de subir a la barca de Caronte. 
No importa cómo, cuándo ni por qué, pero llegará ese momento en que lo mejor que uno puede hacer es descomponerse. Ese momento en que los que quedan (si es que queda alguien, claro está) pagan dinero para que te maquillen y metan en una bonita caja barnizada, pagan porque salga tu nombre en el periódico, pagan dinero por unas flores que no puedes ver, pagan a un clérigo que no te conoce de nada para que hable de ti, pagan al mismo clérigo para que hable de cosas inventadas en el mismo ritual, para que amenace con esas cosas inventadas a todos aquellos que no obedezcan sus reglas inventadas. 
Por eso también quiero que perdáis el miedo.
Pero no el miedo a morir: no me atrevería a pediros tal cosa. Lo que quiero que perdáis es el miedo al infierno, el miedo a lo que habrá detrás de la puerta. Quiero que miréis a vuestro alrededor y que hagáis lo que os parezca correcto, pero no porque haya alguien que os vaya a castigar. No quiero que ser buena persona os resulte algo tan sencillo como obedecer, quiero que os comportéis como buenas personas si es que de verdad lo sois. Quiero que sea tan difícil como tomar una decisión sin coacción alguna. Quiero que demostréis vuestro verdadero rostro. 
Y por eso quiero que perdáis la esperanza: la esperanza en el más allá, la esperanza en una recompensa. Por eso quiero que queméis la imaginación, que dejéis de inventaros paraísos, vírgenes y querubines; por eso quiero que asesinéis a la ilusión. 
Para que así dejéis de fingir de una puta vez. 
Y así podamos, de una vez por todas, descansar en paz. 

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