jueves, 21 de agosto de 2014

Monos mentirosos

Nos gustan las mentiras. Tomamos café descafeinado con leche desnatada sin lactosa. Fumamos cigarrillos electrónicos y exhalamos el vapor con convicción. Hemos creado realidades virtuales lo suficientemente ricas y variadas como para que no tengamos que preocuparnos por vivir lo real. Compramos plantas de plástico en tiestos de plástico para decorar nuestros hogares. Nos damos rayos UVA para fingir que hemos tomado el sol. Hacemos kilómetros en bicicletas estáticas. Miramos hacia la vida a través de pantallas: de televisión, de ordenador, de móvil. Lloramos y reímos por historias inventadas. Bebemos alcohol hasta alterar nuestra percepción del mundo. Creemos en las mentiras que otros escribieron hace miles de años en libros que ahora son considerados sagrados. Hemos llegado hasta este momento de la evolución en el que vamos al supermercado a por los plátanos. Hemos acabado con el concepto de la naturaleza como proveedor: la leche aparece directamente al abrir el Tetra Brik. Hemos roto la cadena, hemos separado a la vaca de su producto. Lo hemos envasado y etiquetado, lo hemos hecho más aséptico, lo hemos apilado en cajas, le hemos puesto un precio. Compramos mentiras, consumimos mentiras. Estamos en ese momento de la evolución en el que hemos cambiado las reglas de la lucha por la supervivencia, ahora el que mejor está adaptado al medio es el que tiene más dinero. Nos gusta el dinero porque es la mayor mentira de todas. La mentira con la que obtenemos todas las demás mentiras. Rendimiento. Cuota. Neto. Interés. Bruto. Deducción. Inversión. Prima. Conceptos inventados para vidas inventadas por monos lo demasiado inteligentes como para soportar el aburrimiento del medio natural. Hace mucho tiempo, empezamos por prenderle fuego a las cosas. Al tiempo creamos los bomberos para cubrir una necesidad que no existía hasta que nosotros la inventamos. Mentira tras mentira, palada tras palada, hasta llegar a la cima de este montículo de estiércol que no es más que la historia de la humanidad. Somos un montón de monos mentirosos que cuando duermen sueñan con androides que sueñan con ovejas eléctricas. La putada vendrá cuando toque despertar. 

miércoles, 13 de agosto de 2014

Vacaciones

Para cuando el malvado Urnok había robado el orbe de titanio del templo galáctico yo, Alberto Berjón García, estaba sentado frente a un microscopio óptico leyendo los datos del volante de petición de una biopsia renal. Urnok planeaba utilizar el poder del orbe para destruir el Universo conocido y, lamentablemente, dado que yo estaba ocupado haciendo mi trabajo, no apareció ningún héroe imaginario a tiempo para impedir que se hiciera con él. Los héroes sólo aparecen cuando uno los inventa. Cuando Urnok llegó a su guarida secreta en el asteroide Todavía-Sin-Nombre (nombre provisional hasta que se me ocurra otro mejor) yo estaba decidiendo si los glomérulos de la biopsia de marras tenían una proliferación endocapilar y no tenía tiempo para crear un fenómeno cósmico que hiciera que la nave de Urnok se estrellara en un sistema planetario inexplorado. Así es como el malvado Urnok llegó hasta sus aposentos, sacó el orbe entre sus garras y se sorprendió de que su malvado plan hubiera salido tan bien. No había tenido ni el más mínimo contratiempo y ahora, por fin, disponía del orbe de titanio para sí. Urnok sufrió entonces una crisis de ansiedad porque él sólo había planeado hacerse con el orbe, pero no tenía ni idea de cómo utilizarlo. De hecho, creía tan improbable que acabara llevando su malvado plan a la perfección, que jamás creyó que llegaría a estar en esa situación y no había investigado cómo usar el cacharro ese. Cómo un ser perverso como Urnok iba a decirle a sus estúpidos súbditos que ahora no sabía que hacer, que había puesto en peligro sus vidas para luego no destruir el universo; él, el mismísimo Urnok, cómo iba a decirles que todo había salido según lo planeado y que lo único que han logrado es esta absurda bola de titanio. Mientras yo llegaba al diagnóstico de una glomerulonefritis postinfecciosa debido a la presencia de depósitos subepiteliales junto con la, ahora sí, definitiva proliferación endocapilar que ocluye las luces vasculares del ovillo glomerular, sumado eso a la clínica del paciente, con su hematuria y su amigdalitis dos semanas antes y bueno, que no quiero enrollarme con este asunto, mientras yo concluía que aquello era así y daba por cerrado el caso, un tal Urnok se escabullía de su guarida secreta, orbe en mano, en busca de alguien, quien sea, dispuesto a pararle los pies. Entonces yo decidí que era un buen momento para descansar un poco y tomar un café, y mientras removía el azúcar con la cucharilla empecé a imaginarme en el asteroide Todavía-Sin-Nombre, montado sobre un robot militar de infantería, cortando el paso al malvado Urnok, que nunca se había alegrado tanto de verme, y que me dice desesperado que ya era hora de que apareciera alguien, que ha estado a punto de destruir el Universo conocido y que menos mal que he llegado porque eso tiene mala solución. Yo le respondo que uno hace lo que puede. El tipo, aliviado, se rinde y me entrega el orbe. Lo contemplo absorto y pienso que ahora tengo en mis manos el mayor poder del Universo conocido. Sin embargo, alguien del trabajo me interrumpe y me pregunta si me voy a tomar el café algún día o si pienso quedarme ahí dándole vueltas a la cucharilla para siempre. Sonrío y le respondo que ojalá pudiera. Me sonríe de vuelta de manera incómoda. No debe ser la respuesta que esperaba. No me importa. Me voy. Ahora que empiezo las vacaciones tendré tiempo para encontrar un lugar seguro en el que guardar el orbe. El café cae sin sujeción alguna y se derrama por el suelo. 

lunes, 4 de agosto de 2014

Borrachos

Los chicos estaban borrachos. Era la única forma de soportarlo, como entenderás. ¿El qué, dices? ¿Soportar el qué? Pues qué va a ser: la vida. La vida es eso que hace que nosotros, monos evolucionados, mazacotes de carne recubiertos de pelo, pequeños acúmulos de átomos sobre la Tierra, a veces, cuando estamos solos, nos quedemos en silencio y nos demos cuenta de que podemos meter la mano en esta bolsa gigantesca que es la existencia y moverla con horror hacia todos lados sin encontrar nada, y no nada que merezca la pena sino simplemente nada. Y es entonces cuando nos conformaríamos en esos momentos con cualquier cosa, con un poco de algo, porque cualquier miseria nos vale para creer que hay algo después de esta bella alucinación, sea lo que sea, signifique lo que signifique este gratuito y absurdo periodo de lucidez. Así es: por eso los chicos estaban borrachos. Era verano, eran adolescentes y sus únicas alternativas eran el botellón o la alienación que conocemos como realidad. Qué iban hacer si no, ¿llorar? O lo que es peor, ¿escribir? No hacen falta más lágrimas ni más poemas en este planeta. Aunque bien es cierto que el hecho de que no hagan falta no quita que nos guste mucho exprimirnos a nosotros mismos, así hasta dejar bien documentado nuestro camino, con este rastro de babas que es al final la biografía: rastro de babas y lágrimas, de semen, de sudor y también, por qué no, de poemas, de esos que se salen y se mueren fuera de uno, sobre el papel como sangre seca, poemas abandonados en el pasado como mudas de la piel de una serpiente que se arrastra y se aleja hacia la muerte. Por tanto, era mejor de esta manera. Mejor no saber por qué, mejor beber hasta caer en la inconsciencia y alejarse de un futuro que a los chiquillos sólo promete retos que superar, desafíos que aparecen uno tras otro sin parar, correr meta tras meta sin saber para qué, ser adulto en definitiva: fingir que todo es importante y fundamental. Es mejor que beban y que cuando vean unas luces y unas sirenas se pregunten si tendrán que huir porque se trata de la policía o si tienen que empezar a mirar a su alrededor a ver si es que a alguien le ha dado un chungo y está en coma etílico o algo así. Es mejor eso que vivir y tener que soportar lo que a uno se le viene encima: universidad, trabajo, facturas, impuestos, nómina, cartilla del paro. Es mejor beber sin parar que responder a la pregunta: ¿dónde te ves dentro de 10 años? Porque la vida mejora después de vomitar todo el whisky del mundo. O al menos yo te habría dicho algo así hace unos 10 años. Cuando no respondí a la pregunta por miedo a acertar. Porque creí que dentro de 10 años estaría muerto. Parece que no es lo mío eso de adivinar.