Cuando hay que limpiar la casa, hecho que parece obvio cuando cualquiera de nosotros resopla y se levanta una nube de polvo finísimo (o no tan fino, ya que a veces se levantan auténticas pelotas tridimensionales de partículas microscópicas entrelazadas en un complejo entramado de pelos, bacterias, restos de piel, comida reseca, etc.), o cuando el color del suelo no es el que tenía (hecho que puede originar largos debates sobre si los cercos marrones del suelo coinciden con el del parqué y por tanto no son más que vetas de la madera o si en realidad es mierda), o cuando la pila de platos del fregadero está tan inestable que han empezado a caerse uno a uno y se rompen contra el suelo de la cocina, o cuando hay suficientes pelos en el desagüe de la ducha como para fabricar una peluca afro, o cuando en el acto de buscar el mando a distancia entre los pliegues del sillón aparece una patata frita fosilizada, o cuando cualquier fin de semana autodestructivo ha tenido lugar y hay demasiadas botellas y latas vacías como para caminar en línea recta, demasiados ceniceros llenos como para poder fumar sin derramar ceniza, y aparecen esos restos de sustancias no especificadas que alguna vez debieron tener una consistencia líquida o gelatinosa y ahora parece que se han solidificado al cabo de 24 horas que resultan altamente repulsivas; en fin, cuando hay que limpiar la casa por el motivo que sea, vamos en manada al supermercado, donde arramplamos en la sección de productos de limpieza, donde cualquier producto químico desinfectante, aromatizado de manera excesiva y mortal en caso de ingestión (accidental o no) se ofrece a precio de saldo, cosa que, a fin de cuentas, es lo que nos diferencia de la gente que vivía en la Edad Media: ellos morían de infecciones que transmitían las plagas y nosotros acabamos con toda esa miríada de agentes infecciosos y así estamos, asmáticos, atópicos y conjuntivíticos pero longevos. El caso es que, como decía, nos hacemos con casi todos los estropajos, guantes, bayetas, abrillantadores, friegasuelos, lejías, amoniacos, limpiacristales, jabones, limpiavitrocerámicas (y eso que no tenemos vitrocerámica, pero esa es otra historia), ceras, productos en gel, líquidos, para disolver en agua, concentrados, de color azul, verde o transparente, da igual, y la gente mira con los ojos desencajados nuestro carro de la compra y estoy seguro de que piensan que vamos a limpiar un palacio o algo así o que somos una panda de esquizofrénicos que han dejado el tratamiento o qué sé yo, pero al final acabamos yendo a casa de vuelta con toda esa materia prima y nos ponemos los chubasqueros, los gorros, los guantes y nos repartimos las botellas de productos tóxicos e irritantes, esta para ti, yo me pido el limpiacristales, etc., y nos ponemos manos a la obra, y es una tarea que llega a ser agotadora, ya que con esos chubasqueros impermeables la piel apenas transpira y se suda demasiado frontando, barriendo, fregando, aspirando si fuera necesario, y es en uno de esos momentos de debilidad espiritual cuando uno de nosotros revienta, no puede más, pierde la cabeza o algo así y grita: ¡a la mierda! o grita: ¡guerra! o grita cualquier otra cosa mientras se lanza sobre el que tenga más cera y le tira encima lo que tenga a mano, como el contenido del cubo de la fregona, o le empieza a disparar con el limpiacristales chorros de líquido con perfume marino, y el otro se tiene que defender, y los demás nos tenemos que unir a uno u otro bando, porque cuanta más gente participe antes se acabará con esto, y claro, eso es un desmadre, con chorros, charcos, fregonas y escobas que chocan en el aire, gotas que caen a cámara lenta, espuma, chubasqueros, cuerpos que caen al suelo, y llega un momento en que alguien se rinde, alguien lo suficientemente exhausto, y entonces hay silencio, miradas cómplices, y estallan los gritos: los vencedores celebran la victoria, dan saltos y tosen de vez en cuando, mientras los perdedores cabizbajos secan lo que pueden y dejan todo de la manera más armoniosa que se puede dejar en semejante estado depresivo, y después todos salimos corriendo a la calle a emborracharnos y a gritar gilipolleces hasta altas horas de la madrugada.