domingo, 5 de agosto de 2012

Don Quijote

"Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. 
 Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.
F. W. Nietzsche.

Decidió dedicarse a ello, movido en parte por ideales huecos. Como en cierto modo ocurre con todas las cosas, los primeros pasos fueron aburridos. Aprender asuntos técnicos, pelearse con cuestiones básicas de óptica, que si la iluminación Köhler, que si el condensador, que si los objetivos, que si mueve la ruleta, etcétera. Una vez que nuestro protagonista aprendió a enfocar de manera correcta y a no marearse, llegó el turno de aprender a reconocer cosas que no había visto antes. Mejor dicho: primero tuvo que aprender a conocerlas para después, cuando se las volvía a encontrar a través del microscopio, aprender a reconocerlas. Cómo son, qué caracteriza esto y aquello, cómo cambia según la tinción que usemos. Esto resultó ser un periodo tedioso, como ya he dicho, a la par que sumamente absorbente, hasta el punto en el que se vio sorprendido en los momentos más insólitos pensando en células y en las estructuras que éstas formaban, de compras, en la ducha, jugando al póquer, tomando cañas, y así, de pronto nuestro protagonista se veía atrapado en una conversación con algún viejo amigo con la mente en otra parte (¿me estás escuchando? ¿ya has vuelto a despistarte?), y su vida social pasó a verse un tanto restringida por el hermetismo implícito que conlleva el estudio de algo minoritario, que resulta por ello un tema lo suficientemente poco interesante como para que no merezca la pena hablar de ello, y por eso, conforme iba adquiriendo conocimientos sobre el mundo microscópico, comenzó a hablar menos y a pensar más. Demasiado. Incluso con sus compañeros de trabajo y aprendizaje, con quienes podría haber llegado a trabar algún tipo de conversación aprovechando el hecho de compartir el mismo área de conocimiento, dejó progresivamente de hablar, y empezó a caminar por los pasillos cabizbajo todo el rato, ensimismado, ajeno a la realidad y a cualquier tipo de noticia de actualidad. Gastaba sus horas asomándose al abismo microscópico de la soledad de ser el único que está viendo eso en ese preciso instante, teñido de rosa y azul por obra y gracia de la hematoxilina y eosina, con la conciencia de estar ante algo especial a la vez que menospreciado, un corte tan fino que, retroiluminado, enfoca los tejidos en la retina de nuestro protagonista, y así, en un acto de espionaje, de voyeurismo, observa las células de otra persona, sin que ella lo sepa, y las analiza, clasifica y diseca mentalmente: núcleo, citoplasma, estirpe; las desnuda y priva de toda metáfora, la frialdad del bisturí de sus párpados convierte aquello que es examinado, su imagen, en un diagnóstico, en palabras grandilocuentes. Escribía cosas como: "Diagnóstico: Adenocarcinoma de patrón acinar". El puzle de la vida le enseñaba sus piezas más pequeñas, y él se abnegaba por encajarlas. Sus lecturas pasaron a ser puramente científicas, y por tanto, mayoritariamente en inglés, por lo que, entre que hablaba poco, pensaba en cosas concretas, y leía en inglés sobre cosas concretas, su lenguaje se empobreció sobremanera. Lo que al principio abrazó en un acto más emocional que racional, el estudio de la histología y patología, como una forma de buscar la belleza dentro de la ciencia, pasó lentamente a ser, acaso por la rutina, una práctica mecánica movida principalmente por el rigor y, aunque ocasionalmente se permitía opinar subjetivamente sobre algo que estaba viendo, diciendo cosas como "qué bonito", en realidad lo que estaba expresando era un simple pensamiento estadístico: aquello era lo suficientemente infrecuente como para llamarlo "bonito". La belleza como porcentaje. La belleza como algo mesurable. Pasó así el tiempo, perdiendo amigos, incapaz de hacerlos nuevos, solitario y obsesivo, tan introvertido como un agujero negro, aumentando su conocimiento sobre el mundo microscópico y perdiendo la capacidad para entender el mundo macroscópico. Años después, tras unas cuantas publicaciones en revistas de prestigio, ya con cierto reconocimiento como patólogo y científico a nivel internacional, y con gran desconocimiento en sus relaciones personales (si se hubiera suicidado, sus vecinos habrian dicho a los micrófonos de los periodistas que nunca saludaba en el descansillo y que sospechaban que no andaba bien de la cabeza), mientras tomaba una dura decisión en un supermercado (qué marca de detergente elegir), sufrió una crisis epiléptica. Un hombre que pasaba por ahí intentó evitar que se tragara la lengua y se llevó un buen mordisco. Mientras tanto una mujer llamó al 112 y nuestro protagonista fue llevado al hospital. Tras unas horas y unas pruebas de imagen, se descubrió que tenía unas posibles metástasis cerebrales que podían haber producido la crisis. Por eso fue ingresado con el objetivo de encontrar el origen de las metástasis, origen con el que se dio y que, en fin, fue biopsiado. Nuestro protagonista, pese a su avanzada enfermedad, no se sentía excesivamente mal y rogó poder ver su biopsia al microscopio. Al principio se le puso alguna pega pero los médicos acabaron por ceder. Y aquí es donde nos encontramos a nuestro protagonista, con una esperanza de vida de menos de seis meses, asomándose al microscopio como si fuera un espejo, Narciso a través del catalejo, abriendo mucho los ojos, y ahí están, sus células, sus propias células, y el grito, las lágrimas: el descubrimiento de algo terrible, no ya el diagnóstico, ni el pronóstico, ni los porcentajes o los datos, todas esas cosas superficiales; sino el hecho de no reconocerte a ti mismo, de ser el vampiro delante del espejo, impotente, invisible, y no poder hacer nada más que una onomatopeya gutural, como el cerdo atado que comprende que va a ser degollado. La tristeza de comprenderlo y no poder cambiarlo. Descubrir que las piezas del puzle de la vida por fin han encajado y ya sólo falta el ataúd para guardarlas. La infinita tristeza de don Quijote mirando los molinos, sin poder hacer nada más que escribir: "Diagnóstico: Gigantes".