miércoles, 16 de enero de 2013

Tenesmo

Podría estar tumbado en el sillón, derrotado por la rutina y el trabajo diario, empapándose de eso que se empapa todo el mundo cuando llega a casa después de la jornada laboral, tomando el aire justo y necesario para poder respirar al día siguiente, la carrerilla que permite que la cotidianidad sea soportable, ya sea viendo programas de televisión que no quieres ver (pero ya que están ahí qué le vamos a hacer); o navegando erráticamente por páginas web como quien pasea erráticamente por las calles pensando la mejor manera para suicidarse; o haciendo lo que sea que esté a tu alcance para olvidarte de dónde estás, quién eres y a dónde vas (o mejor, para olvidarte de dónde no estás, quién no eres y a dónde no vas a ir jamás). Podría pero sin embargo está sentado frente a la mesa del estudio, rascándose la cabeza por enésima vez, arrugando la frente, pensando en algo que escribir. ¿Por qué dedicar su tiempo en algo así? ¿Por qué no lo malgasta en la cosas en las que lo malgasta la mayor parte de la gente? ¿Acaso cree que tiene algo que decir? Por su cara no parece que tenga mucho que decir y, tras borrar otra frase (una vez más), tiene toda la pinta de que lo único que está consiguiendo es perder el tiempo. Suponemos que lo está pasando mal porque no se le ocurre nada sobre lo que escribir o porque se le ocurre pero no encuentra la manera de escribirlo de forma interesante. Si es así, podemos pensar que lo mejor que puede hacer es dejarlo correr, olvidarse del tema y dedicar su tiempo de ocio a otra cosa. Eso sería lo más sencillo, pero el hecho de que no deje de intentarlo testarudamente (y parece que va a seguir así hasta que el hambre o el sueño le venzan) lo que indica es que probablemente no pueda hacer otra cosa. Que el hecho de intentar escribir sea lo único que puede hacer, que tiene una urgencia, una incontinencia, una necesidad, un tenesmo, un impulso, una náusea constante a la que sólo puede responder metiendo la cabeza en el váter y resignándose a esperar, esperar hasta que llegue el vómito y que después quede ese gran vacío, la ausencia que queda dentro, y así hasta que llegue la siguiente arcada, el siguiente vómito, el siguiente hueco, y así una y otra vez, una y otra vez, hasta que al final no quede nada más que un enorme agujero, sólo un puto agujero.