Los alienígenas caminan entre nosotros. Saludan siempre en el portal. Pagan sus impuestos, pagan la hipoteca. Respetan las normas de circulación. A veces corren para no perder el bus. Los alienígenas suben andando la escalera si pueden: es más sano que subir en ascensor, al menos eso dicen. Defienden los derechos humanos y los derechos animales y los derechos de todo quisqui, así, en general. Los alienígenas tienen trabajos como tú o como yo. Y si no tienen están buscando uno, claro: antes de delinquir intentan hacer las cosas bien, pero a los que están en una situación peor a veces no les queda más remedio que robar para sobrevivir y mantener a sus familias. Mientras tanto, acuden a todas las entrevistas de trabajo que pueden. Los entrevistadores siempre acaban diciendo que ya les llamarán. Los alienígenas procuran no caer en la depresión, pero no siempre es fácil. A veces están tristes sin motivo y les cuesta levantarse de la cama y no les apetece hacer nada, excepto suicidarse. Cada vez fuma un porcentaje más bajo de alienígenas. Esto se puede atribuir a las leyes, que son progresivamente más restrictivas, y a la creciente e imparable subida de los impuestos sobre el tabaco. Los alienígenas se ríen entre nosotros. Y también lloran entre nosotros. Como solemos apartar la mirada ante el llanto ajeno no nos damos cuenta la mayor parte de las veces. A veces, por las noches miran al cielo y por culpa de la contaminación lumínica no pueden ver el firmamento. Y entonces se sienten atrapados. Otras veces tienen suerte de ver las estrellas (en el campo, en alguna zona mal iluminada) y entonces se sienten pequeños. Algunos alienígenas tienen mascotas. Los que tienen perro recogen con bolsas de plástico las heces recién defecadas de sus respectivas mascotas. Les tiran palos, les tiran pelotas, les tiran lo que sea y el perro va y se lo trae de vuelta. Los que tienen gato van a todos lados con la ropa (los jerséis, los calcetines) llena de pelos. Los alienígenas que tienen suficiente dinero invierten en bolsa, compran productos de lujo, tienen chófer, tienen chacha. Pese a ser también alienígenas, no se compadecen mucho de los alienígenas pobres: lo más que hacen es dar alguna que otra limosna o donación a alguna ONG. Los alienígenas ricos suelen pensar que los ricos son ricos porque se lo merecen. Los que son pobres suelen pensar que los ricos son una panda de hijos de puta, aunque la mayor parte del tiempo no piensan en ellos, tienen otras cosas (qué comer, dónde dormir) de las que preocuparse. Los alienígenas también utilizan Internet. Comentan en las redes sociales, en las noticias de los diarios digitales, aprovechan para insultarse unos a otros, para defender cosas que creen evidentes y que otros no consideran como tal. Los alienígenas a veces miran al cielo también de día. Y entonces también se sienten pequeños y atrapados. Los alienígenas se enamoran, como tú y como yo. Cuando son jóvenes escriben cartas de amor y poemas. Cuando se hacen mayores prefieren invitar a copas y ahorrar palabras. Después, con el tiempo, o bien se olvidan unos de otros o, si no, siguen juntos por inercia. Los alienígenas acaban muriendo, como todos nosotros. Nacen, crecen, intentan reproducirse (o no) y mueren. Es muy difícil, por no decir imposible, distinguir a los alienígenas de nosotros. Porque, en realidad, cuando todos miramos al cielo no podemos evitar sentirnos así. Muy pequeños y atrapados.