Volver a nacer.
El líquido amniótico, los aprietos; y después el frío, las luces cegadoras, el olor a quirófano.
Volver a respirar por primera vez.
Volver a llorar (a fin de cuentas, es lo mismo).
Quejarse de lo incómodo.
El cordón umbilical. La placenta. El meconio. Las cosas que vas a dejar detrás.
Acostumbrarse a lo incómodo.
Alimento.
Calor.
Sueño.
Los seres vivos nacen.
A veces crecen.
A veces se reproducen.
Pero siempre, siempre, mueren.
En algún momento impreciso del futuro lo entenderás.
Quizás será cuando tu mascota se vaya de viaje a un sitio mejor.
O cuando le toque a tu abuelo.
Y entonces querrás volver atrás.
Volver.
Entonces querrás recuperar todo lo que has dejado atrás.
El cordón umbilical. La placenta. El meconio.
Tu mascota.
Tu abuelo.
Volver.
Querrás volver a nacer.
Pero no podrás.
Y seguirás viviendo.
Porque es lo que mejor se te da.
Porque es lo único que puedes hacer.
Seguir respirando.
Seguir llorando (a fin de cuentas, es lo mismo).
Y un día en que estés especialmente sensible.
Puede que porque hayas dormido mal.
Un día en que la mirada cansada del espejo te devuelva 30 años de golpe.
Volverás a querer volver a nacer.
Pero te conformarás con coger un viejo blog.
Un blog que parecía haberse ido de viaje a un sitio mejor.
Y escribirás algo que te saldrá muy de dentro.
Algo que parezca un poema pero que al final no sabrás muy bien qué es.
Una mierda pretenciosa.
Pondrás un título tentativo.
Luego lo cambiarás por: Fénix.
El primer verso será fácil.
Dirá: Volver a nacer.
Y aunque en realidad sea una tontería.
Y no sirva para mucho.
Cuando acabes te sentirás un poco mejor.
O eso espero.