viernes, 11 de junio de 2010

Pronombres impersonales

Algo da vueltas y chisporrotea en el microondas. La lluvia golpea sin descanso el vidrio de la ventana de la cocina donde Alguien mira ese algo girar y chisporrotear. La mezcla del zumbido del microondas y de los ligeros estallidos que se forman en su interior con el retumbar suave del agua contra el cristal crea una banda sonora lo suficientemente tribal como para que Alguien se ponga, así, en calzoncillos, tal y como está, a bailar en torno a una hoguera mágica en una cocina que tiene algo de chamánico en esos instantes. Pero Alguien no está para bromas, por lo que se limita a mirar encorvado sobre sí mismo la cuenta atrás del microondas, apoyando el culo ligeramente sobre la encimera y pensando en algo lo suficientemente aburrido como para no merecer reseña alguna en estas líneas. Tras el calentamiento, Alguien saca el contenido del microondas y se sienta en una mesa en la que no debe caber más que una persona y media. Ese es uno de los motivos por el que nunca invita a Nadie a cenar. Alguien come eso que ahora está caliente y lo mastica como si se tratase de una delicatessen, pero Alguien sabe que tampoco es para tanto. Sólo come por necesidad. Alguien piensa en Nadie y se la imagina en esa mesa apta para persona y media, los dos peleándose entre risas por conseguir posar su plato, como si el que llegara primero fuera el único que vaya a comer, y Nadie reiría como ríe cuando se la cruza en el trabajo, y Alguien cedería su sitio, acabaría posando el plato en sus piernas y comerían con los carrillos llenos de algo calentado en el microondas y se mirarían con felicidad. Eso sería si Alguien hubiera cruzado alguna vez una mísera palabra con Nadie. Alguien a veces añora ser más emocionalmente implicado, eso es: emocionalmente implicado, aquello que leyó en aquella revista dominical. Pero Alguien no está para esos trotes. Ya le cuesta trabajo desenvolverse con las nimiedades del día a día como para tratar de sacar a flote sus emociones, compartirlas y acoger en su seno otras, como para ponerse a nadar en emociones. No. Eso sí que no. Alguien no tiene tiempo que perder. Acaba de comer y pone el plato en el lavavajillas. Se va a leer un libro que le está gustando mucho, sobre una historia que jamás sucederá, una aventura tremendamente e-mo-cio-nan-te y que no se aparece en nada a su vida. El tipo que escribió el libro, se dice Alguien, seguro que tampoco ha vivido una vida así. Esto le lleva a plantearse, así, en calzoncillos, tal y como está, con el estómago lleno de algo calentado en el microondas, seco de sentimientos, aburrido, vulgar, trivial, todo un hombre moderno como él, si debería ponerse a escribir. Pensado y hecho. Alguien olvida el libro y se registra en una página para escribir un blog en Internet. Escribe con mucha frecuencia. Le entretiene.
Años después, Alguien habla con Nadie. Ella le dice que lee su blog y se sonroja. Él le pregunta a ella si quiere ir a cenar a su casa. Ella acepta. Comen cosas en una mesa en la que cabe una persona y media. Se ríen. Follan. A raíz de esto, Alguien se despreocupa de las cosas superficiales de la vida. Empieza a ser un hombre emocionalmente implicado. Por fin. Nuevas ocupaciones y preocupaciones le atosigan. Ahora busca algo con profundidad, algo trascendente, algo nuevo: coge el libro que abandonó hace años y le parece basura. Ojea su blog y le parece basura. Así que decide dedicarse a otra cosa. A Nadie le parece mal. Porque a Nadie le gusta el blog.
Pero, al final, Alguien se olvida del blog que Nadie seguía. Y nadie le da importancia al asunto.

1 comentario:

Andrómeda dijo...

Cualquiera se pone triste.