Enciendo un cigarrillo. Llevaba tanto tiempo sin escribir.
Lo confieso, me encantaría volver a escribirte. Trazar tu silueta con mis palabras, definir tu cuerpo en un juego gramatical. Pero me siento incapaz de crearte. Y por eso me encuentro enloquecido, acuchillando libros, asesinándolos uno tras uno en este enorme pelotón de ejecución que es mi estantería, y eso, eso es a lo único que puedo aspirar: sólo sé destruir. No aspiro a tu cuerpo, que ahora se limita a ser c-u-e-r-p-o: seis letras contra mi mirada, porque ahora que escribo “cuerpo” ya no lo siento, no lo veo, no lo puedo tocar, sólo consigo fragmentarlo en fonemas sin sentido, y cada guión separando las letras es la sangre de esta vivisección, de este olvido semántico, de esta demencia de la escritura. Es algo tan natural como trágico.
Apago el cigarrillo. Enciendo otro. Hago café.
Me encantaría volver a conocerte. Como si fuera la primera vez. Construir desde mi amnesia otra vez todo. Merecería la pena, dejar esta melancolía, obviar lo anterior como se obvia un sueño. He muerto tantas veces en mis sueños.
Me rasco la cabeza.
A veces pienso que sólo importa el sexo y que todo lo demás es teatro. Pues bien, si eso es cierto, ahora vivo en medio de una pésima obra de teatro. Los personajes son planos y predecibles y yo me vuelvo plano y predecible. Si el adolescente que fui hace poco tiempo me viera se le caería la cara de vergüenza. Soy vulgar. Soy uno más de esos que desean suerte antes de los exámenes, de esos que hacen cola en la caja del supermercado, soy uno más de esos que acaban atrapados en un atasco y que cuentan chistes verdes a sus amigos mientras se emborrachan. He perdido la literatura y he perdido el sexo. Sólo me queda el teatro.
Acabo el café. Enciendo un cigarrillo. Al menos he vuelto a escribir.
Lo confieso, me encantaría volver a escribirte. Trazar tu silueta con mis palabras, definir tu cuerpo en un juego gramatical. Pero me siento incapaz de crearte. Y por eso me encuentro enloquecido, acuchillando libros, asesinándolos uno tras uno en este enorme pelotón de ejecución que es mi estantería, y eso, eso es a lo único que puedo aspirar: sólo sé destruir. No aspiro a tu cuerpo, que ahora se limita a ser c-u-e-r-p-o: seis letras contra mi mirada, porque ahora que escribo “cuerpo” ya no lo siento, no lo veo, no lo puedo tocar, sólo consigo fragmentarlo en fonemas sin sentido, y cada guión separando las letras es la sangre de esta vivisección, de este olvido semántico, de esta demencia de la escritura. Es algo tan natural como trágico.
Apago el cigarrillo. Enciendo otro. Hago café.
Me encantaría volver a conocerte. Como si fuera la primera vez. Construir desde mi amnesia otra vez todo. Merecería la pena, dejar esta melancolía, obviar lo anterior como se obvia un sueño. He muerto tantas veces en mis sueños.
Me rasco la cabeza.
A veces pienso que sólo importa el sexo y que todo lo demás es teatro. Pues bien, si eso es cierto, ahora vivo en medio de una pésima obra de teatro. Los personajes son planos y predecibles y yo me vuelvo plano y predecible. Si el adolescente que fui hace poco tiempo me viera se le caería la cara de vergüenza. Soy vulgar. Soy uno más de esos que desean suerte antes de los exámenes, de esos que hacen cola en la caja del supermercado, soy uno más de esos que acaban atrapados en un atasco y que cuentan chistes verdes a sus amigos mientras se emborrachan. He perdido la literatura y he perdido el sexo. Sólo me queda el teatro.
Acabo el café. Enciendo un cigarrillo. Al menos he vuelto a escribir.
2 comentarios:
Lo confieso, me ha encantado que vuelvas a hacerlo.
La verdad es que sí. Ya era hora.
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