martes, 3 de marzo de 2009

Kinder

Claro que recuerdo cuando conocí a Alberto Berjón, aquella noche le pedí que me invitara a una cerveza en aquel bar, yo tenía sed y nada que perder, y él reaccionó como un animal asustadizo, supongo que no se lo esperaba, pero al final le logré persuadir porque, en fin, esas cosas se me dan bien. Alberto era (de hecho lo sigue siendo) un chico alto y desgarbado, fumaba más de lo normal para su edad (teníamos 18 años cuando le conocí), siempre iba en vaqueros y deportivas sucias y tenía ese forma de mirar como si ocultase un terrible secreto, lo cual fue lo que quizás me llamó más la atención de él, aunque, la verdad, después de rascar un poco en su superficie, tan misteriosa a primera vista, lo único que encuentras dentro es un vacío, un gran vacío: Alberto es como un huevo Kinder sin premio. Quizás todo el mundo sea así. Con el tiempo supe más de él, de su vida. Me parecía un chico inteligente pero estaba echado a perder, fumaba como si fuera el fin del mundo, bebía demasiado (y esto no quiere decir que yo no bebiera, pero es que él bebía mucho) y era tan pesimista, a veces me hablaba de la muerte, eso le obsesionaba, y qué quieres que te diga, a mí la muerte no me importaba, mira, le decía, yo cuando esté muerta no me enteraré de nada, pero él hablaba de una pérdida o algo así, de no sentir absolutamente nada, qué sé yo, a veces incluso se ponía a llorar y yo no entendía nada. Escribía mucho, bueno, en realidad no sé cuánto escribirá un escritor profesional pero a mí me parecía que Alberto escribía bastante, y además lo hacía bien. Él me enseñaba lo que escribía y, aunque no lo decía con claridad, decía que me lo enseñaba para que lo criticase, sé que lo hacía porque le gustaba que a mí me gustara, y quizás por eso una vez me regaló un conjunto de relatos cortitos encuadernados y me lo dedicó. Quizás por eso también me escribió alguna carta, eran cartas muy bonitas ya que no eran cartas al uso, eran como esos relatos que él hacía pero a la vez personales, no sé, es difícil de explicar. Todo iba bien hasta que Alberto cometió el error de enamorarse de mí. No lo voy a negar, yo le cogí cariño, era un chico simpático y era entrañable que por dentro fuera tan frágil, esas cosas despiertan a su manera el instinto maternal, ya se sabe, pero de ahí a sentir amor, lo que se dice amor, pues no. De aquella empezó a escribir un blog en Internet, escribía esas cosas que solía escribir ya de antes, y yo lo leía con bastante asiduidad. Luego pasó algo, no sé cómo pero hubo un cierto distanciamiento, cada uno nos empezamos a dedicar a nuestras cosas, y poco a poco dejé de leer aquel blog. No le di la menor importancia, pero, un día de estos, no sé por qué, me acordé de aquello y pensé que en realidad aquel blog era, a su manera, una gran declaración de amor encubierta, la única forma que Alberto encontró de decírmelo a lo grande, de decírselo al mundo, pensé que todo aquello era por mí, imagínate, qué estupidez.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

vaya creida.

Todos sabemos que en realidad lo escribes por mi.

Andrómeda dijo...

Pues a mí lo que me gusta de los Kinder es el chocolate.