Unas veces uno tiene que establecerse para poder observar todo con la perspectiva que otorga el punto fijo, seguir las coordenadas y juzgar si algo está cerca o está lejos, con el fin de que haya cierta estabilidad, cierta coherencia en el monólogo. Plantar la bandera y decir: esta es la capital, mi capital. Todo lo que se aleje no me pertenece. Construir todo desde este axioma.
Pero otras veces uno tiene que desubicarse, hay que ponerse en movimiento y perder la perspectiva, ser humo, riadas, un ciclón que barre un hemisferio, y así empezar a hablar como un niño pequeño, tener miedo como un niño pequeño: mamá, algo puede suceder, algo puede decapitarnos, algo puede destruirnos, sí, algo, pero, ¿el qué? No hay respuesta ahora que estamos en medio de este cambio relativista, todo se agita y se corre el riesgo de marearse y vomitar. Bien, pues, en ese caso, ¡vomitemos! Ahora que hemos perdido la capital, un renacimiento se avecina. Estamos en medio de una revolución como un suicidio, lo cual, al fin y al cabo, es en lo que consisten las revoluciones de una sola persona: en suicidarse. Yo, tú y el cambio, la metamorfosis, una bandera dentro de una crisálida, adiós a la vieja perspectiva, la mecánica relativista acepta que yo te vea más cerca porque tú te mueves, aunque en realidad el que se mueve soy yo, o somos los dos, al encuentro de un nuevo eje de coordenadas, uno que parta de todos aquellos puntos en los que nos encontramos, que contactamos, que se superponen, x y z, la fuerza del rozamiento, una nueva teoría cuántica. La pupa en la que nos hemos encerrado. La pupa en donde muere el gusano de seda. Nuestra crisálida. El lugar del que, aunque todos lo den por supuesto, nadie ha dicho que vaya a salir una mariposa.
Pero otras veces uno tiene que desubicarse, hay que ponerse en movimiento y perder la perspectiva, ser humo, riadas, un ciclón que barre un hemisferio, y así empezar a hablar como un niño pequeño, tener miedo como un niño pequeño: mamá, algo puede suceder, algo puede decapitarnos, algo puede destruirnos, sí, algo, pero, ¿el qué? No hay respuesta ahora que estamos en medio de este cambio relativista, todo se agita y se corre el riesgo de marearse y vomitar. Bien, pues, en ese caso, ¡vomitemos! Ahora que hemos perdido la capital, un renacimiento se avecina. Estamos en medio de una revolución como un suicidio, lo cual, al fin y al cabo, es en lo que consisten las revoluciones de una sola persona: en suicidarse. Yo, tú y el cambio, la metamorfosis, una bandera dentro de una crisálida, adiós a la vieja perspectiva, la mecánica relativista acepta que yo te vea más cerca porque tú te mueves, aunque en realidad el que se mueve soy yo, o somos los dos, al encuentro de un nuevo eje de coordenadas, uno que parta de todos aquellos puntos en los que nos encontramos, que contactamos, que se superponen, x y z, la fuerza del rozamiento, una nueva teoría cuántica. La pupa en la que nos hemos encerrado. La pupa en donde muere el gusano de seda. Nuestra crisálida. El lugar del que, aunque todos lo den por supuesto, nadie ha dicho que vaya a salir una mariposa.