sábado, 6 de febrero de 2010

Guerra postal

Cualquier día puedo abrir el buzón de mi casa para comprobar que siguen llegando los recibos y faltando las cartas de amor y recibir tu declaración de guerra. Eso convierte algo tan aburrido y rutinario como el hecho de girar una llave en su cerradura, una llave ridícula por lo demás, en un acto peligroso, tan peligroso que se puede pronunciar silabeando: pe-li-gro-so. Debajo de la factura de la luz y de un panfleto publicitario, aparecerá un paquete manuscrito con mi nombre y dirección, un par de sellos ordinarios disfrazando algo que se encuentra totalmente fuera del status quo de mi buzón. Por si acaso, ya he empezado a entrenar a mi ejército de neuronas. Las tengo estudiando todos los insultos que existen en el idioma español. Después irán los demás idiomas. Cuando tenga en mis manos la lista definitiva, la encerraré en un sobre que te enviaré, con el objetivo de formalizar nuestras posturas, así, con la boca bien abierta y vociferando, perros de presa por correo. Luego vendrán las cartas-bomba, las esporas de Bacillus anthracis, las portadas en los periódicos, los daños colaterales, las trincheras y el teléfono rojo, con el que te llamaré para quedar a tomar café y solucionar todo este entuerto, pero ya sé que te negarás, porque siempre fuiste más de relaciones a distancia.
Aunque, si te digo la verdad, a mí esto de invadirte desde casa también me parece más cómodo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Similitudes entre El arte de la guerra y el Kamasutra. Interesante cuanto menos.

Por otra parte hay paces que son peores que la guerra.

A las barricadas, pues.