El sabor de la arena en la boca. Cierra los ojos y abre la boca. Se lo voy a decir a la profe. El terrible miedo a aprender a leer. Saber leer era el primer paso de la condena: estudiar y después trabajar. El edredón con motivos egipcios. Gritar desde la cama: ¡Buenas noches! Escuchar el sonido lejano de la televisión encendida en el salón a modo de respuesta. El terrible miedo a morir estando dormido. El rezo consecuente pidiéndole a Dios que, por favor, esté consciente cuando llegue el momento. La importancia capital de estar consciente y poder anotar cada sensación. Como si fuera necesario ser capaz de escribir un diario de los últimos momentos. Ser un periodista al otro lado. "Lamento decepcionaros, pero aquí no hay túnel ni luz ni nada de eso." El terrible miedo a que no haya nada después. Los canelones de la abuela recién hechos al volver del colegio. Notar por casualidad con horror que la jaula del canario ha desaparecido. Mamá dice que lleva días sin estar ahí. Dice que el canario ha muerto. Sentirse fatal y no saber si es porque haya muerto o porque te has dado cuenta días después. ¿Podrías no haberte dado cuenta? ¿Podrías haberte acostumbrado al hueco en la habitación como te acostumbraste a la jaula y al pájaro? Tenía muñecos de plástico que cobraban vida estando en mis manos. Suspenso en Educación Física. No entiendo para qué quiero saber hacer correctamente la voltereta. Suspenso no era la palabra exacta. Alguna autoridad educativa había sustituido el término Suspenso por el eufemismo N.M., Necesita Mejorar. Aunque para mí mejorar no era ninguna necesidad. Nadie hace la voltereta por la calle. El Ventolín y la Mercromina. La Primera Comunión. La cinta de Serrat seguía sonando en el coche después del accidente de tráfico. Descubrir que el encerado estaba borroso y se veía mejor al achinar los ojos. Descubrir que ver el encerado borroso se llama miopía. Las ecuaciones de primer grado. Caer empujado por las escaleras. Despertar en un banco con la nariz rota. Un compañero de clase sabía darse la vuelta a las pestañas. Ahora es electricista. Yo le dejaba que copiara mis exámenes. Me dijeron que dejé un buen charco de sangre en el descansillo de la escalera. El chico que me empujó nunca me pidió perdón. Perdí el conocimiento antes de darme contra el suelo. El televisor se desenchufa antes de golpear con el suelo porque no tiene el cable lo suficientemente largo. Yo tampoco tengo el cable lo suficientemente largo. Cuando la pantalla se hace añicos yo ya no estoy ahí. Ahora sé que es imposible que pueda estar consciente mientras me muero, tan lúcido como para poder explicar lo que se siente. Comer langostinos en Nochebuena. La adolescencia y el primer amor. Los primeros poemas. Quise hacer un poema que fuera circular, / para morirme de tanto leerlo. El rotundo fracaso sentimental. Quise hacer un poema circular, / para morirme de tanto leerlo, / pero nunca consigo lo que quiero. Dejar de creer en Dios. Dejar de rezar. Dejar al azar mi futura muerte. La inercia académica que me lleva a acabar el instituto. La curiosidad estúpida que me lleva a estudiar medicina. Supuse que para entender la muerte habría que estudiar lo que pasa justo antes. Las cañas que tomábamos casi todas las tardes del verano después de selectividad. Los distintos tipos de colágeno. Recurrir al alcohol como respuesta sencilla a cualquier pregunta compleja. Los núcleos supraóptico y paraventricular del hipotálamo. Más tarde me di cuenta de que no había forma de entender la muerte. El formol y los cadáveres de la sala de disección. Todo lo que tenemos dentro tiene un nombre. Las resacas y la escritura a la luz de un buen dolor de cabeza. La vía de las pentosas. El niño miope que rezaba a Dios pidiéndole una muerte consciente: de todo eso sólo quedaba la miopía. Evitar el suicidio gracias a la inercia y a la escritura. Los fracasos sentimentales. El éxito académico, pese a que nunca sabré dar la voltereta. La inercia académica que me lleva a acabar la carrera de medicina. La endocarditis de Libman-Sacks. Conocer a una chica. Engañarla haciéndole creer que soy lo suficientemente especial como para salir conmigo. El infarto agudo de miocardio. Quererla y que ella me quiera. El carcinoma epidermoide de pulmón. El éxito sentimental. El eritema en heliotropo. Me dedico a mirar por el microscopio células de gente enferma. Los gatos duermen plácidamente en el sofá. Las vacaciones de Semana Santa. Abrir sin querer una grieta en el nicho de mi memoria y que salgan a borbotones unos cuantos recuerdos pegajosos y que me pongan perdido. Después de la avalancha sólo encontré un documento burocrático. Por favor, escriba después de los dos puntos. Hora del exitus:
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