Me estuviste esperando tanto tiempo que te olvidaste de mí.
Te gustaba lo que yo hacía. Me conociste de la misma forma en que se conoce al artista ambulante que extiende sobre la acera una tela, saca sus instrumentos y empieza a hacer ruido en medio de la plaza pública, a la espera de que unos cuantos transeúntes se detengan para prestarle atención y acaben transformando la voluntad en euros. Yo era el niño prodigio que impresiona a sus padres componiendo sinfonías después de hacer los deberes; a excepción de que en mi caso no sorprendí a nadie salvo, quizás, al menos por un tiempo, a ti. Mirad lo que hago, mirad lo que hago, dice el titiritero a través de sus marionetas. Mirad lo que hago, mirad lo que hago, decía yo a través de un montón de letras que seleccionaba, ordenaba y colocaba con sumo cuidado. Así acabaste tú, mirando al volatinero que hay en mí, pensando: si es capaz de hacer eso, en cualquier momento podrá hacer lo mismo pero a lo grande. Como si la evolución natural fuera pasar de andar de puntillas a hacer acrobacias en el circo. Olvida lo del pulgar oponible: el mono ha evolucionado lo suficiente como para soñar con una vida mejor, esa es nuestra verdadera ventaja evolutiva.
Y ahora que el sueño parece imposible, ahora que me he quedado sin tinta para esta pluma, aparezco de nuevo, limpiándome como puedo el polvo y tú te giras y te dices a ti misma: pero si es el chico con el que estoy saliendo. Y también te dices: me pregunto qué coño le debí ver. Y no es que no lo sepas, es que ya no está ahí. El tipo que ordenaba palabras frente al público no es el mismo que el que aparece al apagar las luces del escenario. O quizás sí que lo es, pero el primero no es más que una representación, un ideal, el muñeco vudú con el corazón roto que tú querías coser. El segundo es lo que está ante ti, en toda su real existencia al alcance de la mano, está rascándose la cabeza y musitando que tiene una idea, una corazonada, que quiere escribir un libro, un libro de verdad, que quizás no salga nada adelante, ya que nunca ha logrado que nada salga adelante, y que él es más bien un hombre de bocetos, pero, eso sí, menudos bocetos, y que esta vez va en serio, y tú te das cuenta de que había estado ahí también todo el tiempo, el tipo del que te habías enamorado, el mono que sueña con fajos de papel encuadernados con su nombre en la cubierta.
Me estuviste esperando tanto tiempo que te olvidaste de mí. Y te conformaste con esta carcasa envejecida y estática, cuando en realidad yo soy capaz de abrir la puerta a cualquier otro mundo, y puedo llevarte de viaje cuando quiera porque no tengo más que pensarlo y escribirlo, y no necesitaremos comprar billetes ni mirar la cuenta bancaria; yo te contaré una historia y tú estarás conmigo observando lo que sea que esté sucediendo dentro de mi cabeza y así, quizás, de esta forma, logre hacerte feliz.