domingo, 13 de diciembre de 2015

Visita al cementerio

He estado visitando blogs abandonados como quien visita cementerios. 
He leído las últimas entradas, relucientes como luces de neón sobre la puerta del blog polvoriento, como unos enormes puntos suspensivos que esperan de forma indefinida que alguien siga escribiendo. Pocos son los que acaban con una despedida. Pocos se atreven. La mayor parte se quedan en la frase a medio pronunciar. 
Y ahí están, esperando por toda la eternidad a que los respectivos autores vuelvan a mancillarse las manos en ellos. Esperando a ser continuados.
Estatuas ecuestres cabalgando inmóviles en la noche de los tiempos. 
Lo más terrible de todo es que cuando esas entradas fueron escritas, nadie sabía que serían las últimas. 
El coitus interruptus. El croquis arrugado que descansa en la papelera. 
Su muerte será como la nuestra. Inesperada. Y con el tiempo acabarán como todos nosotros. Olvidados. 
He visitado cementerios y he leído sus lápidas. Sé que llegará el día en que nadie sepa quiénes son las personas que están ahí enterradas. 
Llegará el día en que un antropólogo las desentierre y las mire como objetos de estudio. 
Pero el antropólogo no sabrá nada de las últimas líneas, inacabadas, de las vidas de esos esqueletos. 
Los cráneos vacíos y los servidores de Internet llenos. 
Esperando que alguien escriba una nueva entrada. 
Y yo he sentido en parte el sacrilegio de entrar en esos sitios desolados. He visto la fecha de la última entrada sobre la lápida: 29 de agosto de 2005. He pasado los dedos por las superficies cubiertas de polvo, musgo y telarañas. Debajo de la mugre he encontrado los últimos comentarios, spam sin relación alguna con el contenido. Free hardcore XXX porn. Click here to enlarge your penis. Los he observado como quien contempla grafitis sobre las ruinas de una civilización extinguida. Con tristeza he recorrido las enormes estancias vacías, a medio decorar, escuchando únicamente el eco de mis pasos. 
Después me he dado cuenta. Al ver el espejo al final del pasillo. Al descubrir mi firma estampada en cada uno de aquellos rincones.  
Mis huellas dactilares estaban por todas partes. 
No me había reconocido a mí mismo. Ni siquiera me acordaba de haberlo escrito. 
Horrorizado, mi primer impulso fue derruirlo todo: poner cargas explosivas en los pilares del edificio para que nadie más pudiera contemplar al hijo deforme que había dejado a su suerte. 
Estaba a punto de apretar el detonador. 
Pero me detuve justo a tiempo.
Porque entendí que los pilares de aquellos blogs muertos en realidad estaban en mi pecho. 
Así que decidí dejarlos de nuevo, decidí volver a olvidarlos. Me alejé de ellos. Me adentré en mi casa actual, llena de vida. Me hice un café humeante mientras las gatas dormían. Me puse a escribir en mi blog actual. Titulé la entrada: Visita al cementerio. 
Al publicarla tuve un escalofrío. 
¿Y si esto es lo último que queda de mí?

sábado, 5 de diciembre de 2015

Mensaje en una botella

Ahora mismo estás leyéndome la mente. La escritura es la forma más primitiva de telepatía, pero no por ello deja de ser efectiva. Tú, que estás en otro sitio y en otro momento temporal, eres capaz de escuchar en tu cabeza estas palabras que estoy pensando y plasmando una tarde, mucho antes de que siquiera sepas que este texto existe. Es un método sencillo que ha permitido que los seres humanos hayamos ido acumulando a lo largo de la Historia el conocimiento de millones de personas que han ido pasando por el mundo antes que nosotros. Todos ellos han muerto, pero sus mensajes perduran en los legajos de las bibliotecas, esperando que alguien abra algún que otro tomo polvoriento y entonces se produzca la conexión mágica. Como un disparo a ciegas, las balas de nuestros antepasados esperan que nosotros nos pongamos en su trayectoria para que nos dejen una buena marca. Porque apuntando así, hacia el futuro, es la única forma de escribir. Apuntando y disparando, pero sin saber a quién. Lanzando fogonazos en espera de que alguien (ya sea en un rato, mañana o dentro de un siglo) quede deslumbrado ante el mensaje. 
Visto así, la literatura universal no dejaría de ser una especie de océano en el que flotan millares de mensajes embotellados con la esperanza de que alguien en algún momento se tome la molestia de leerlos. Uno puede decir que es una forma de telepatía un tanto precaria por lo unidireccional de la misma. Porque no hay posibilidad de respuesta. Nadie se para en medio de una página de una novela y le pregunta al autor por qué ese personaje no ha hecho tal cosa o la otra. Porque si así fuera tú ahora podrías interrumpirme y obligarme a explicar, por ejemplo, a qué viene que esté divagando sobre este tema. O puede que quieras que te cuente otra cosa, una historia distinta, un cuento, y yo entonces cambiaría de tema. En ese caso cambiaría de tema en mitad del texto y comenzaría otro párrafo con algo así:
Érase una vez...
Pero incluso si pudieras interrumpirme, si pudieras cambiar lo que yo escribo mientras tú lees; si pudieras cambiar las tornas y decidir quién es en esta relación el sujeto pasivo, quién folla a quién, yo podría negarme a hacerte caso. Podría seguir hablando de cómo lo que somos en gran parte se debe a la transmisión escrita de conocimientos. Sin esa gente que perdió el tiempo en contarnos lo que pensaban o lo que habían descubierto o lo que se habían imaginado, jamás estaríamos viviendo en esta sociedad porque jamás habríamos podido aprender de lo errores de los otros. Estaríamos condenados a repetir nuestras vidas, del mismo modo en el que viven el resto de animales, sin otro progreso más allá de la evolución natural. 
Como ves he decidido seguir escribiendo sobre el mismo tema. Será porque todavía no somos capaces de cambiar este flujo constante, siempre hacia delante; será que tú no puedes cambiar lo que yo escriba. Porque por mucho que lo desees, aunque quieras con todas tus fuerzas que pare de escribir no puedes impedírmelo. Pero por suerte todo tiene solución. 
Siempre puedes parar de leer.