He estado visitando blogs abandonados como quien visita cementerios.
He leído las últimas entradas, relucientes como luces de neón sobre la puerta del blog polvoriento, como unos enormes puntos suspensivos que esperan de forma indefinida que alguien siga escribiendo. Pocos son los que acaban con una despedida. Pocos se atreven. La mayor parte se quedan en la frase a medio pronunciar.
Y ahí están, esperando por toda la eternidad a que los respectivos autores vuelvan a mancillarse las manos en ellos. Esperando a ser continuados.
Estatuas ecuestres cabalgando inmóviles en la noche de los tiempos.
Lo más terrible de todo es que cuando esas entradas fueron escritas, nadie sabía que serían las últimas.
El coitus interruptus. El croquis arrugado que descansa en la papelera.
Su muerte será como la nuestra. Inesperada. Y con el tiempo acabarán como todos nosotros. Olvidados.
He visitado cementerios y he leído sus lápidas. Sé que llegará el día en que nadie sepa quiénes son las personas que están ahí enterradas.
Llegará el día en que un antropólogo las desentierre y las mire como objetos de estudio.
Pero el antropólogo no sabrá nada de las últimas líneas, inacabadas, de las vidas de esos esqueletos.
Los cráneos vacíos y los servidores de Internet llenos.
Esperando que alguien escriba una nueva entrada.
Y yo he sentido en parte el sacrilegio de entrar en esos sitios desolados. He visto la fecha de la última entrada sobre la lápida: 29 de agosto de 2005. He pasado los dedos por las superficies cubiertas de polvo, musgo y telarañas. Debajo de la mugre he encontrado los últimos comentarios, spam sin relación alguna con el contenido. Free hardcore XXX porn. Click here to enlarge your penis. Los he observado como quien contempla grafitis sobre las ruinas de una civilización extinguida. Con tristeza he recorrido las enormes estancias vacías, a medio decorar, escuchando únicamente el eco de mis pasos.
Después me he dado cuenta. Al ver el espejo al final del pasillo. Al descubrir mi firma estampada en cada uno de aquellos rincones.
Mis huellas dactilares estaban por todas partes.
No me había reconocido a mí mismo. Ni siquiera me acordaba de haberlo escrito.
Horrorizado, mi primer impulso fue derruirlo todo: poner cargas explosivas en los pilares del edificio para que nadie más pudiera contemplar al hijo deforme que había dejado a su suerte.
Estaba a punto de apretar el detonador.
Pero me detuve justo a tiempo.
Porque entendí que los pilares de aquellos blogs muertos en realidad estaban en mi pecho.
Así que decidí dejarlos de nuevo, decidí volver a olvidarlos. Me alejé de ellos. Me adentré en mi casa actual, llena de vida. Me hice un café humeante mientras las gatas dormían. Me puse a escribir en mi blog actual. Titulé la entrada: Visita al cementerio.
Al publicarla tuve un escalofrío.
¿Y si esto es lo último que queda de mí?
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