Ya me había olvidado de ti, agua fría y blanda, yo que te vi tantas veces, que olvidé tus copos de algodón y te abandoné en un lugar más de la basura de la memoria, probablemente junto con mi infancia, cuando esta mañana apareciste de nuevo: me has perseguido hasta aquí, hasta Madrid, yo que me creía a salvo de tus abrazos, de tu forma de calarme los calcetines, yo que buscaba el calor de la polución te he debido arrastrar hasta aquí, y no te ha importado irrumpir en medio de los rascacielos, en medio de los atascos, no has dudado en teñir de tu esperma cada rincón y era demencial ver a la gente transformándolo en muñecos o lanzándose pedazos de tus lodos blancos a modo de munición. Sí, hoy me obligaste a refugiarme. Confiesa, puta, eso es lo que querías, pillarme desprevenido y enfrentarme con todo lo que he dejado atrás. Querías ver cómo me atrincheraba, y tú ahí fuera, gozosa, mientras yo cerraba todas las persianas de casa. Nunca nos hemos llevado bien, siempre me ignorabas desde el perfil de la cordilleras y cuando aparecías me relegabas al resbalón, al dolor morado en las manos, al vaho en el aliento. Sí, te odio. Eres asquerosa. Y has tenido la indecencia de atosigarme donde nunca te esperé. Jamás te lo podré perdonar.
1 comentario:
Ah. Esperma.
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