sábado, 1 de agosto de 2009

Divertimento

Al señor Whitman le gusta vivir en renta de alquiler porque así sabe que, al menos, siempre habrá una persona que se preocupe por él: su casero. El señor Whitman se pasa largas noches tumbado en su cama mirando la bombilla encendida que cuelga del centro de la habitación. Después cierra los ojos y la mancha de luz se queda impregnada un rato dentro de sus párpados. Esto no es que le guste hacerlo, es que a veces se olvida de apagar la bombilla antes de acostarse y una vez tumbado le da pereza levantarse para apagar el interruptor. Parece algo terrible, pero no lo es tanto porque Whitman sabe que gastar más luz de la cuenta le gusta a la compañía eléctrica. Ah, la compañía eléctrica, pero, se pregunta, ¿quién coño es la compañía eléctrica? Parece que nadie se preocupa de quién es la compañía eléctrica. Whitman lo hace por poco tiempo, porque al final se suele quedar dormido, mal que le pese.

Por las mañanas suele quedar en el bar con su amigo, el señor Fuentes, y allí hablan de las últimas noticias. A veces Whitman tiene la impresión de que Fuentes no es realmente su amigo, y de que simplemente queda con él porque no tiene a nadie más con quien quedar. A su vez, el señor Fuentes tiene la impresión de que Whitman queda con él por una especie de conmiseración mal entendida. Sin embargo, ninguno sabe por qué queda con el otro. En cualquier caso, quedan y toman café juntos. El señor Fuentes después de esto regresa a su piso de la calle 11. Y entonces coge los prismáticos y se dedica a mirar las ventanas de enfrente, hasta que sucede algo o es la hora de comer. Normalmente no sucede nada, pero, como esto no se puede predecir, Fuentes es de la opinión de que es mejor estar atento por si acaso. Una vez logró ver en una de las ventanas de enfrente un hombre acuchillando una almohada. Para el señor Fuentes aquello fue un hito. Para los periódicos a los que llamó para narrarles el suceso no lo fue tanto. Con lo impactante que habría sido ver en primera página el titular. Hombre acuchilla almohada. El caso es que, como nunca ocurre nada, Fuentes acaba por comer y dormir la siesta. Ah, se me había olvidado decirlo: Fuentes vive en un piso hipotecado. Así, por lo menos el banco se preocupa por él.

Algunos días por la tarde Fuentes llama a un antiguo compañero de trabajo, el señor Camus. El señor Camus contesta con frases cortas, como si de un momento a otro todo se fuera a detener. Esto emociona en cierto modo a Fuentes. Pero falsa alarma. Al igual que con los prismáticos de antes de comer, nunca sucede nada. Camus contesta a lo que se le pregunta. No sucede nada especial. Y cuelgan amistosamente. En ese momento el señor Camus vuelve al trabajo. Camus trabaja diseñando cencerros para una empresa que está al borde de la quiebra porque ya nadie quiere comprar cencerros de diseño. O quizás es que nunca hubo nadie dispuesto a comprarlos. Así que Camus trabaja sabiendo que, probablemente, todo aquello no sirva para nada más que ganar el dinero suficiente para comprar comida y pagar los recibos. Cencerros de diseño sin mérito reconocido por la sociedad. El señor Camus no tiene que preocuparse por pagar alojamiento, ya que el piso en el que vive está comprado desde hace años.

El señor Camus no conoce en persona al señor Whitman y viceversa, aunque ambos han oído hablar uno del otro por parte del señor Fuentes. Sin embargo, ninguno trata de indagar más sobre el otro. La coincidencia se mantiene así hasta que, un día, el señor Fuentes invita al café matinal con Whitman al señor Camus. Cuando Whitman entra al bar y ve la escena, cree confirmar su hipótesis. Fuentes quedaba con él porque no tenía a nadie más con quien hacerlo. Y ahora va a presentarle a su sustituto. Por su lado, Fuentes piensa que Whitman puede sentirse liberado de de quedar con él al ver que ha traído a otra persona y razona para sí que ha sido un error llevar a Camus. Sin embargo, a Camus la reunión matinal le da bastante igual, está ofuscado pensando en el badajo para su nuevo diseño. Whitman traga saliva, con cara de haber dormido mal. Fuentes le saluda:
–¿Qué tal?
–Mal, hoy he vuelto a dormir con la bombilla encendida.
Camus no dice nada.
–Tendrías que hacer algo al respecto, no puedes seguir así –dice Fuentes.
–Ya lo he hecho. No voy a volver a pulsar el interruptor. Algún día esa puta bombilla acabará por fundirse.
–Una bombilla, ¡es perfecto! –exclamó Camus y se fue corriendo a retomar su proyecto. Whitman y Fuentes no lograron despedirse de él. Se quedaron callados, mirando la puerta cerrándose tras el paso de Camus. Fuentes entonces pensó en sus prismáticos, pensó en la bombilla siempre encendida de Whitman, pensó en el banco y en la compañía eléctrica y se preguntó incómodo si, por casualidad, en este mismo momento, no habría alguien en la ciudad acuchillando una almohada.

1 comentario:

Yago Galleta dijo...

La de vidas que está destruyendo Internet