Lo confieso: he dejado de creer en mí. Mi megalomanía me decía que algún día daría grandes discursos tras los que la gente encendería sus cócteles molotov y se lanzarían contra aquellos centros del poder, arrollando a su paso todos los impedimentos, caminando sobre escudos de policías antidisturbios, saltando las vallas, rompiendo ventanas, abatiendo puertas, ocupando el lugar que, por derecho, les pertenece. Pero eso no es más que lo que sucedía en la ficción, en mi imaginación. La realidad me ha enmudecido, y, como en el cuento de Pedro y el lobo, el verbo se ha hecho carne: el lobo que se inventaron, de tanto alimentarlo ha crecido y se ha comido familias, derechos y esperanzas. Devora todo lo que existe. Y cuando el lobo, con la boca rezumando sangre recién derramada, aparece ante ti, te das cuenta de que es demasiado tarde, de que Goebbels tenía razón, y que la mentira ahora es de verdad. La han repetido tantas veces que ahora existe y se pasea con chulería por las calles, está en los periódicos, en las noticias, en las conversaciones, está incrustada en el cerebro de todos y cada uno de nosotros. Y mientras debatimos, y nos quejamos en la intimidad relativa de una cafetería o defendemos cosas que ni siquiera llegamos a entender con argumentos simplistas como "es lo que hay que hacer", el lobo se está acabando de comer todo el rebaño y cuando vaya a por nosotros no servirán las palabras, será inútil que nos giremos hacia las masas, mutiladas y masacradas, y les pidamos una revolución, porque será demasiado tarde. Incluso puede que ya mismo sea demasiado tarde. Las palabras deben tener un sentido, un efecto, deben ser el impulso nervioso que nos lleva a coger un puñal y plantarnos ante la bestia o que nos lleva a huir lejos de ella. En cualquier caso, lo que acaba siendo un fracaso absoluto es la inacción, que nos acaba convirtiendo en una bolita más en el camino del comecocos: el fracaso es esperar a que retransmitan los sucesos por televisión. Porque tú vas a formar parte de esos sucesos.
Me gustaría estar escribiendo ahora mismo una ficción, un cuento sobre un monstruo imaginario o una bonita historia de amor, pero la realidad ha superado a la ficción. Y no sólo eso: la ha raptado, amordazado, mutilado, violado y asesinado. Yo quiero volver a creer en la ficción, quiero volver a imaginarme en un púlpito, incendiando a las masas. Quiero volver a soñar con mundos que no existen. Pero para ello he tenido que entrar a formar parte del juego macabro de la realidad. He tenido que salir a manifestarme. He tenido que ponerme en huelga indefinida. He tenido que dejar de creer en mí. Para empezar a creer en todos vosotros. No me defraudéis.
1 comentario:
Podría escribir un comentario superficial sobre cosas muy profundas, íntimamente relacionadas con éste escrito que tanto me ha gustado, porque - perdón por la osadía - me he sentido identificada. No obstante, prefiero no escribir, pues soy absolutamente incapaz de explicar tan bien como tú, cómo perdí mi capa voladora y mi espada, y cómo tras 6 años decidí desempolvar solo una parte de mi espíritu de lucha con ésta huelga. Quién sabe, quizá lo diga en persona; en algún momento, dentro de esa intimidad relativa del fumadero.
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