Cierra los ojos. Pide un deseo y sopla, sopla con todas tus fuerzas. Pero no lo digas en voz alta, que entonces no se cumplirá. Es mucho mejor que tus deseos sean secretos. Para que si no se cumplen no puedas recriminárselo a nadie, no vaya a ser que haya testigos que hayan asistido al dichoso cumpleaños. Es preciso que tus deseos sean sepultados y olvidados. Que no haya hojas de reclamaciones disponibles, que no haya nadie a quien culpar. La moraleja es que aquí el único responsable de tu fracaso eres tú. Pero no te preocupes, aprenderás a poner la mente en blanco cuando haya que cerrar los ojos y formular un deseo. Mira: una estrella fugaz, otra decepción. Aprenderás a dejar de soplar las velas y a mirar al suelo por las noches. Hay quien llama a eso madurar.
Relees el currículum. Tras muchos años de estudio, Alberto acabó por fin su carrera de chiribiri y se especializó en zis-zas. A pesar de los inconvenientes, logró abrirse paso en el mundo del tristrás. Entre tanto se dedica al chacachá y compagina este trabajo con su pasión por el guiriguero. Así planteado, tú lo ves y piensas: este tipo es un triunfador. Ha logrado todo lo que se ha propuesto. Aparece la foto del tipo pensativo, mirando hacia el infinito o mirando hacia el objetivo de la cámara, todo él serio, con su pose trascendente y parece que no queda nada más que añadir. Pero lo que no aparece, lo que asoma al rascar un poco la imagen del hombre, lo que aparece entre las líneas de una trayectoria vital trufada de presuntos éxitos, es la sombra del juguete que nunca tuvo, la resurrección del abuelo que nunca ocurrió, la silueta de la chica que jamás se fijó en él. Porque detrás de cada persona se extiende un enorme cementerio de deseos: secos, ajados, cuarteados, arrugados, amarilleados, enmohecidos, chuchurridos. Un montón de cadáveres de lo que nunca ha sido. Los puedes ver si entornas un poco los ojos, están ahí, justo detrás del blanqueador dental, detrás del tinte del pelo o de las vacaciones a Benidorm del año pasado. Cuando talas una persona, aparecen como anillos concéntricos, uno dentro de otro, incrustados año tras año, cada vez más profundos, cada vez más clavados, cada vez más antiguos, más ahogados y difíciles de entender. El auténtico currículum vitae. Si escuchas, por debajo del latido del corazón está el murmullo subconsciente de algo muy antiguo, algo que sabe a Plastidecor y mocos, algo que pica como costras secas en las rodillas y que suena como el mar dentro de una caracola. Algo muy triste y nuclear. Algo que merece la pena escuchar. Presten atención.
2 comentarios:
Me acabas de podar un poco.
De acuerdo en casi todo, salvo que las plastidecor sean la matrioska de menor tamaño; esa que ya no se abre para alumbrar otra menor.
P.S: Si talar a una persona puede dejar al descubierto el cementerio de sus deseos truncados y los anillos de su obstinada realidad, podarla no puede ser más anodino que el acto de cortarse las uñas. Digo.
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