Hay una gigantesca bola incandescente flotando a millones kilómetros de otra bola, más fría y no tan grande, que orbita junto con otras cuantas en torno a la que está caliente. En algún sitio de la superficie de la bola que orbita, un niño coge sus lápices de colores y dibuja un garabato en el papel. A la pregunta de sus padres, dice que lo que ha dibujado es un león. Diez minutos después dirá que es un coche. A los padres no les importa la obvia incoherencia del crío, ni la falta de realismo del trazo. Asumen que para tener año y medio la criatura hace lo suficiente y que desarrolla sus habilidades motrices de forma adecuada, cogiendo el lápiz torpemente y moviéndolo sobre el papel como un cocinero remueve con una cuchara de palo el guiso que sea. Como supongo que ya sabéis, lo de las bolas que giran alrededor de la bola ardiente se llama Sistema Solar. Pero eso no es todo, el Sistema Solar es muy pequeñito comparado con todo lo demás. Es un minúsculo sistema planetario. Los fotones que el Sol emite bañan el vacío antes de posarse sobre el capó del coche en el que un tipo espera que el semáforo se ponga en verde mientras se mete el dedo en la nariz. También penetran y calientan la piel de unos amigos que toman el sol en una playa cuyo nombre fue inventado hace 458 años. Uno de ellos coleccionará suficientes mutaciones en sus células como para desarrollar un melanoma dentro de 11 años. Pero eso no tiene la menor relevancia cósmica. El Sistema Solar es una parte pequeña de nuestra galaxia, y nuestra galaxia es una más de muchas que componen el todo. Galaxias que están ahora mismo separándose o chocando unas con otras cada vez más deprisa. En una carrera aparentemente estúpida a ver quién llega antes a los límites de la nada. La culpa es de la física. Un hombre mira por el telescopio y anota unas coordenadas. Hace eso periódicamente. Luego coge esos datos y se pone a hacer cálculos con ellos, de esos que se hacen con el gesto serio, con la frente apoyada en la mano que no sujeta el boli. Al tipo algo no le cuadra hasta que, de pronto, una noche se despierta de madrugada y pone los ojos como platos. Acaba de entender que el Universo se expande, acaba de entender que es que es así. Si tan sólo pudiera sacar la mano por fuera de la ventanilla de esta galaxia, y notar el polvo cósmico sobre la piel, cada vez más deprisa. Un hombre de mediana edad friega los platos con el tedio que la actividad se merece. En ese instante tú lees esto ahora mismo. Puedes decidir que es lo suficiente aburrido y pretencioso como para no merecer la pena que le prestes más atención y encender la televisión. Hazlo y no cambiará nada. Una mosca se golpea contra el cristal de una ventana de forma obsesiva. Sólo puedo imaginarme con claridad lo que está sucediendo en este planeta. Aunque podría inventar cosas sobre algún otro. Algo como: El viento mueve la arena de la superficie de Marte (ni siquiera sé si hay viento en Marte). Pero a quién quiero engañar: no se me ocurre nada sobre lo que escribir. Me da que si me pongo a escribir no voy a lograr decir nada coherente. Agarrar un boli y frotarlo contra el papel en blanco, removiendo el guiso de la existencia. Sólo sé que este garabato no es un león, mamá. La galaxia de Andrómeda es la que nos pilla más cerca y aún así está en el quinto pino. En este preciso instante un montón de gente está muriendo. Bien mirado, aunque hoy no se me ocurra nada sobre lo que escribir, me puedo considerar afortunado.
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