Llevo tu foto en mi cartera. Como si fuera una estampita. Como si tú fueras una virgen.
No la suelo sacar a relucir. Me conformo con saber que está ahí. Por si acaso.
Es lo más parecido a llevar una pistola cargada.
Siempre lista para ser disparada.
Porque sé que si algo se rompe. Si da la mala suerte de que algo importante se jode.
Sé que puedo recurrir a tu foto de carnet.
Puedo sacarla de su guarida.
Contemplarla. Buscando consuelo.
O quizás simplemente por conmiseración propia. Para poder decir: pobrecito de mí.
Es más fácil invocar un recuerdo que crear uno nuevo.
Y ser Narciso frente a su reflejo. Dispuesto a consumirme contemplándote.
Contemplando la misma imagen que la policía tiene de ti.
La foto que abriría todos los telediarios si te convirtieras en terrorista suicida.
La foto que llevo siempre conmigo.
Como si fuera una bomba de relojería, haciendo tic-tac en mi bolsillo.
Esperando el momento para explotar.
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