miércoles, 27 de agosto de 2008

Guerra

Que nadie se equivoque: yo no leo por placer. No.
Yo leo para conocer al enemigo.

martes, 26 de agosto de 2008

El alfabeto mutilado

La culpa Fue mía. De todo lo que te oFrecí sólo te quedaste con una letra. Y eso que pudiste haberme arrancado lo que te viniera en gana, ya que yo no te habría puesto ningún impedimento. Hasta te lo habría agradecido, dadas las circunstancias. Así que, en lugar de hacer uso del bisturí y arramplar con todo lo que te encontrases de por medio, te conFormaste con hacerme una pequeña incisión, diminuta incisión, no sé si en el paladar o en la punta de la lengua, y sacaste una eFe minúscula. Entonces no me dolió que me dejases huérFano de aquella letra. Podría decir que incluso lo deseaba; deseaba que me extirpases una a una todas las letras y que me jodieras para que al final de la operación pudiera quedarme a solas y mudo, sonriendo de Felicidad y mudo. Pero no Fue así. Fue con anestesia de besos, y acto seguido tomaste mi alFabeto y lo mutilaste, y la ablación ocurrió como ocurren estas cosas, como un aborto inesperado: la arrancaste de mi matriz y la aplastaste en un abrazo contra ti, una eFe muerta colgando de tus labios y yo, idiota de mí, estaba Feliz porque no sabía, no quería saber, que la echaría tanto de menos.

domingo, 24 de agosto de 2008

Crisis de personalidad

Éste soy yo, de eso no cabe duda. Arrastro mi nombre como un ancla. Allá donde voy, Alberto Berjón García. Si bien es cierto que puedo fingir ser otro, buscar un seudónimo, ocultarme torpemente detrás de una ficción, no serviría de nada. Un nombre, dos apellidos, mi cuerpo: estos son mis límites. Intentar expandirme sería inútil. Platón decía que el cuerpo es la cárcel del alma. Bueno, de lo que sea. No me importa de qué coño sea cárcel mientras lo que esté encerrado aquí dentro sea yo. Aquí mismo, en esta cafetería, mientras estoy escribiendo en este cuaderno, soy consciente de que haga lo que haga no puedo escapar. O puede que no haya entrado en la cafetería, que simplemente me esté imaginando a mí mismo escribiendo esto ahí dentro mientras que, en verdad, lo escribo en un banco en la calle. Me sale más barato, de hecho. O puede que no haya salido de casa, que lleve días sin salir de casa, enfrentándome cada día al espejo del baño, diciéndome en voz alta: sólo eres una imagen de mí mismo, tú no eres yo porque yo jamás podría mirarme a los ojos. Como estoy a solas puedo hablar conmigo mismo. Seguramente si alguien me escuchara dudaría de mi salud mental. O puede que esto lo haya pensado otra persona y yo lo esté transcribiendo como si fueran reflexiones propias. Puede que en realidad me la sople todo este rollo macabeo sobre mis límites. O puede que esto en realidad no esté escrito. Y tú estarías soñando, creyendo que lees ahora una tontería que se le ha ocurrido a un tipo que se llama (o que se hace llamar) Alberto Berjón García. Y si esto fuera un sueño serías tú, según lees o piensas que lees, quien estaría en un apuro, siendo consciente ahora mismo de que estás soñando, de que no puedes huir de este sueño ni de tu cuerpo, de que hay un texto delante de ti y estás leyéndolo y todo se hace tan pesado como tu nombre y tus apellidos, siempre pegados a ti, como un tatuaje que no se va por mucho que te rasques, los datos de tu DNI. Eres tú. De eso no cabe ninguna duda.

sábado, 23 de agosto de 2008

Ante la indiferencia, polisemia

Aquella chica se encogió tanto de hombros que tuvo que dejar de usar su bandolera.

jueves, 21 de agosto de 2008

Spanair

Sangre, sudor, mocos, lágrimas, semen. No hay mejor espejo que un pañuelo.
Los psicólogos son como los pañuelos. Los familiares aprietan la cabeza contra el psicólogo y se suenan los mocos. Y hay palmaditas en la espalda. Condolencias. Sacos rotos.
Me dice alguien, mirando a la pantalla, que hay tres días de luto. Me giro hacia el televisor del bar. No tiene sonido. Sólo veo imágenes de aviones de Spanair. Volando por los aires.

lunes, 18 de agosto de 2008

Tomar el parque

La idea se le ocurrió una noche de verano a Londres, pero fue Jerusalén quien tuvo que organizar todo. Cuando hubimos hecho acopio del material necesario para cada uno, Jerusalén nos reunió en la base de operaciones para concretar los detalles. Mientras Bombay nos servía unas copas (la llamada base de operaciones no era más que el sótano de su bar), Jerusalén explicaba el plan. La primera fase la debía ejecutar el equipo formado por Sidney, Casablanca y Denver. Así que llegaron los tres a las 10:00 a.m. del domingo al parque y, en tanto que Casablanca vigilaba la puerta B (cabe recordar que el parque sólo tenía dos puertas de acceso) y se aseguraba que nadie más entrase por ella, Sidney y Denver se encargaban de ahuyentar los pájaros que allí estuvieran. Corrían detrás de las palomas y de los pardales con grandes escobas que agitaban con brío a este fin. Una vez realizaron la limpieza primaria, y en vista de que había palomas reincidentes, aseguraron el perímetro con una traca de petardos que alejó bruscamente a los asustadizos plumíferos. Según los cálculos que había realizado Barcelona en la fase preparativa, al suprimir las aves del parque evitaríamos en un 80% la afluencia de jubilados y de familias con niños pequeños. A pesar de que todo iba sobre ruedas Casablanca tuvo problemas durante este tiempo para controlar el acceso por la puerta B, con crecientes disturbios protagonizados, en su mayor parte, por miembros de la tercera edad, los cuales reclamaban su derecho a entrar por la puerta que les diera la gana. La unidad de emergencias, compuesta por Teherán, Damasco y Moscú, tuvo que intervenir, primero practicando el soborno con los más dóciles y posteriormente usando la violencia con los más reacios al cambio. Estos incidentes obligaron a Jerusalén a activar conjuntamente las fases dos y tres de la operación. La fase dos consistía en un simulacro de batalla bélica entre dos ejércitos comandados, respectivamente, por El Cairo y México D.F. (el objetivo de dicho simulacro era atemorizar a la población del parque para que huyeran), mientras que la tres la llevaba a cabo un comando formado por Denver y Sidney (reciclados de la primera fase) junto con Dublín y Lima, y cuyo fin era hacer una última limpieza y expulsar del parque a los drogadictos y vagabundos que no hubieran huído durante la guerra ficticia. De modo que el resto fuimos entrando en el parque por la puerta A (la B estaba felizmente custodiada por Casablanca y los tres miembros de la unidad de emergencias) para finiquitar la misión. Allí estábamos todos: Madrid, Jartún, Trípoli, Reikiavik, Berlín, Ottawa, Taipei... con nuestros uniformes correspondientes y nuestras armas de fogueo, listos para empezar a asustar a ese montón de personas que miraban idiotizadas cómo entrábamos. Mientras tanto, yo podía ver cómo Dublín ya estaba pegando una paliza a un politoxicómano que se retorcía sobre sí mismo en el suelo, defendiéndose a duras penas. Yo estaba a las órdenes de México y éste me había asignado a un pelotón que se encargaría de la zona este del parque. Llevábamos unos tres minutos caminando entre árboles cuando empezamos a escuchar los primeros disparos, las primeras explosiones. Gritos. Los chicos se estaban tomando en serio la actuación, no cabía la menor duda. Todos teníamos bajo el uniforme unas bolsitas con pintura roja que podíamos hacer estallar a placer cuando nos diéramos por muertos. Camagüey, a mi derecha, se encendía un cigarrillo con una cerilla mientras decía: no sé por qué tenemos que ir por este lado, aquí no parece haber nadie a quien asustar. Y de pronto, disparos enemigos, el cigarrillo de Camagüey se cae el suelo, todos a cubierto, Camagüey cae sobre su cigarrillo a la vez que una mancha roja fluye desde su pecho. Bueno, al menos ahora se anima la cosa, opina París guiñándome un ojo, los dos ahí cubiertos detrás de un olmo de tronco grueso, las espaldas apoyadas sobre la madera, sintiendo su rugosidad, las raíces que se hunden bajo nuestros pies, las pisadas que se acercan. París se asoma y lanza una ráfaga con su AK-47 a la que sigue un chorro rojo que se eleva sobre un arbusto. Uno menos, ríe París apoyando el cráneo sobre el tronco, los ojos al cielo, lo suficiente como para no ver una granada de mano que cae a su lado, y yo sólo puedo gemir y saltar lo más lejos de allí y después hay ruido, calor y tierra por los aires, heridas, gateo lejos del cadáver de París, arrastro un trozo de carne que se descuelga de mi muslo como un fugitivo, como un tullido, veo un cuerpo correr borroso hacia mí, yo grito que me rindo y es Jerusalén ensangrentado, le sangra la cabeza y llora y dice que algo ha salido mal, que algo nos ha salido terriblemente mal.

sábado, 16 de agosto de 2008

Backwards

Salí del bar tambaleándome al límite del equilibrio necesario para regresar de una pieza a mi casa. Pero eso pasó bastante después, unas horas antes me encontraba sentado en una mesa junto con otros dos desperdicios humanos: P.R. y R.W. El primero es un artista contemporáneo que no hace otra cosa más que regalar esculturas suyas para promocionarse mientras sobrevive a duras penas. Tengo el trastero lleno de mierdas esculpidas por él. El otro, R.W., es un director de cine independiente que no ha logrado nunca el menor reconocimiento. Jamás he conseguido tragarme entera una película suya, pero siempre le digo que son obras maestras. A fin de cuentas es mi amigo. Y bueno, yo... yo tenía un blog bastante apañado y era una auténtica promesa del mundo de la escritura, podía haber sido grande pero ahí estaba: con esos otros dos fracasados, los tres dispuestos a acabar con todo el whisky del planeta. Horas antes de que bebiéramos todo eso yo estaba en mi casa leyendo, como cada tarde desde entonces, la última carta que ella me mandó, una carta atroz: si en lugar de escribirme aquello me hubiera pegado un tiro en el cráneo le estaría mucho más agradecido. Estaba a punto de llorar cuando me llamó P.R. para quedar en el bar y claro, tuve que aceptar. En ese momento no había otra maldita cosa mejor que hacer. Días antes le había conocido en una exposición (gratuita, cómo no) donde me había regalado una escultura de mierda de esas que hace. Le dije que estaba muy bien (por cortesía) y me invitó (todavía no me explico de dónde sacó el dinero) a unas cervezas. Desde entonces no nos despegamos mucho, abonándonos a una existencia de barra de bar y discusiones sobre la esencia y la existencia que no llevaban más que a una resaca muchísimo peor. R.W., por otro lado, se unió a nuestros festivales alcohólicos en cuanto le invité un lunes mugriento. A R.W. le había conocido bastante antes que a P.R., fue en un local de alterne donde yo había ido tras leer la carta que me escribió ella. R.W. me cayó bien, no sé si por el aire mustio de sus ojos o por la cicatriz en su cara, el caso es que le invité a una cerveza en aquel antro. Días antes de aquello había dejado de escribir definitivamente en mi blog tras perder todo sueño de ser alguien en esta vida, y escribí una última carta de amor. Dios sabe que si hubiera sabido cómo iba a ser la respuesta me habría ahorrado aquel arrebato epistolar. Pero iba a dejarlo todo por mi sueño, y mi sueño no era otra cosa que estar con ella y ser felices y ya ven, aquí me tienen, acostándome ebrio como si yo fuera un imbécil más de este agujero con forma de ciudad, como si fuera otro patético personaje de esta ficción, un P.R. o un R.W. de este sucio agujero donde me he agotado, donde he dejado todo lo que era y lo que podía haber llegado a ser, pero eso a quién coño le importa. Me viene una arcada y vomito, a fin de cuentas esto es lo que hago mejor.

martes, 12 de agosto de 2008

Café de mediodía

Empezó brotando de la cabeza, la cabeza como una fuente, cayendo de la cabeza, sobrepasándola, empezó en un café pero aquello podría haber comenzado en cualquier otro sitio, quién sabe, primero parecía sólo una simple idea, igual que pensar en las tetas de una chica o en el partido de fútbol de ayer, sólo un pensamiento, mientras tomaba un café solo en el Rancho Chico, donde el camarero me conoce y me sirve siempre un pequeño cruasán con el café de la mañana, y todo por un euro, imagínate, cómo no ir, y bueno, me quedé con los ojos mirando a un punto que estaba más allá de la pared, concretamente que estaba por detrás de la pared y yo pensaba en algo indefinido, algo así como un espacio en blanco vacío, un vacío espacioso y blanco, un color blanco que ocupaba todo el espacio vacío (no lo tomen al pie de la letra, son sólo palabras aproximativas, aquello era un pensamiento abstracto como un Mondriaan dentro de mi cabeza, un inmenso amasijo de líneas y colores que yo creaba sólo para mí), y yo quería despertar, parpadear fuerte, como se suele hacer en estos casos, mirar hacia otro lado y volver a sepultarme en la realidad, en los pensamientos vulgares, en críticas vacuas sobre el estilismo del resto de clientes del Rancho Chico, en recordar las tetas de una chica, el partido de ayer, cualquier cosa, pero no pude: estaba ahí preso de un zumbido que no era exactamente un zumbido, de un temblor que me asía desde dentro de la cabeza y empezó aquello a surgir a borbotones, primero como un hilillo pastoso sobre la barra del bar, disolviendo mi café, mi cruasán, qué sé yo, haciendo la escena homogénea a partir de mí, convirtiendo todo en iguales, todo pasaba a ser idéntico, lo mismo, hasta este texto, que ahora se disuelve y todo es igual, todo es ahora lo mismo, yo, tú, este escenario entre nosotros, el aire, todo como un espacio vacío en blanco, como un grito que se puede ver, como la foto en negativo de cerrar los ojos.