La realidad, esa realidad que nosotros conocemos, o más bien que fingimos conocer, ese monstruo lleno de formas y colores que se tambalea ante nuestros ojos, que nos dice: estúdiame, la realidad que nos penetra, nos invade y nos acogota y nos obliga a zambullirnos entre sus pliegues, la realidad, digo, parte de una insensatez. Y la insensatez empieza por llamar a eso realidad, no tanto por el nombre, por crear un nombre que empieza por r y acaba por d (una arbitrariedad histórica, al fin y al cabo), sino por su semántica, su matiz: su forma dictatorial de acotar y fijar, de imponer unos términos fuera de los cuales no existe nada, un concepto por el cual todo deja de ser turbio, se presenta como aprehensible y fácil de opinar, es real, es la realidad, y después no hay nada más que decir. Y nosotros como idiotas lo aceptamos, abrazamos la realidad, le metemos mano a la realidad, decimos que las cosas son así y que no hay otra manera mientras nos regocijamos viendo nuestros dedos húmedos. Cogemos lo que percibimos y lo ajustamos a lo anterior, lo clasificamos, le ponemos una etiqueta, un precio, y somos sinceros cuando afirmamos decididos las características del producto, creemos en el producto, vendemos y compramos el producto, creemos en la propiedad privada, en el dinero, en la bolsa, en Dios, o en su equivalente ateo, creemos en esta realidad que no es más nuestra gran obra de ficción, nos posicionamos dentro de ella y levantamos nuestras banderas, gritamos contra el enemigo creado, le vejamos, le incitamos a que nos grite él a nosotros, y decimos que las cosas tienen que ser así, creemos en la realidad con fe ciega, creemos en ella hasta cuando empieza a deshincharse, hasta cuando no es más que un zepelín ardiendo sobre nuestras cabezas, cayendo sobre nuestros edificios, llenándonos la boca de palabras feas como recesión, hipoteca, crédito: palabras inventadas, significados inventados, el paraíso que todos esperábamos. Amén.
2 comentarios:
Alguien decía que el grado de libertad de una sociedad se mide por la cantidad de utopías que allí existen.
Es bonito ver como mi número en coma flotante en una base de datos situada en otra ciudad sube una cifra constante cada mes cuando me ingresan mi "nómina", que es lo que vale mi tiempo (no solo el de cada mes, si no el de toda la vida "estudiando").
Espero que no me hackeen ese número. Ni los del Ogame, que son parecidos.
Publicar un comentario