martes, 12 de mayo de 2009

Conversación jazz

-¿Recuerdas cuando nos olvidamos?
-Cómo olvidarlo.
-Podríamos empezar por un punto y aparte. O por un punto y final.
-Para acabar naciendo de una letra mayúscula. Lees demasiadas novelas.
-No fui yo quien empezó con este cuento. Te lo recuerdo. Te lo olvido.
-Pero yo siempre empiezo lo que he terminado.
-Otra vez con tus inversiones temporales. Cada vez que lo haces estamos cayendo por un acantilado, un acantilado lleno de recuerdos como rocas puntiagudas. Estás tú ahí, de pie, torciendo las palabras y yo defendiéndome como puedo. Tiene que haber otra forma. Estoy cansado de caer. Contigo.
-No voy a defenderme, si es lo que esperas. Tienes razón. En todo. Es sólo que antes caías en mí y de vez en cuando, incluso, sonreías.
-No te confundas, esto no es sobre dónde caigo. Ni siquiera es sobre ti ni sobre mí. Ni siquiera es sobre los dos. Esto trata de todo lo demás. Lo que se ha jodido no es mi sonrisa. Lo jodido es que mi sonrisa y tu mirada ya no coinciden.
-No tengo muchas fuerzas para abrir los ojos y des-caer. Tampoco hay necesidad de hacer esto más fácil de lo que podría ser. No lo hagas, o hazlo. Pero que sea pronto. Que sea ya.
-Podría destrozarme una y otra vez contra ti y sería inútil.
-Pero divertido de ver. A todo esto, ¿tú recuerdas cuando nos olvidamos? Creo que hacía frío.
-Eso no es ninguna novedad. A veces creo que es que nunca hizo calor. ¿Volviste a la pregunta que te hice porque estabas en un callejón sin salida?
-Un poco, me vas encerrando en un pasillo cada vez más estrecho.
-Ojalá ese pasillo fuera nuestro. Al menos así tendríamos "algo".
-Pierdes el tiempo. En este desierto en el que te adentras sólo puedes perder. Siempre se me dio muy bien jugar a Tierra Quemada.
-¿Pierdo el tiempo? Sí. Llevo perdiendo el tiempo desde que intenté empezar a hablar contigo, desde que empecé este diálogo ficticio entre dos olvidos, llevo perdiendo el tiempo desde que te olvidé, o quizás antes, pero no lo sé porque no recuerdo absolutamente nada, no recuerdo ni siquiera tu nombre, se me resbala por la boca y sólo me deja un borrón en medio de la saliva de mi boca. Y no es que te impida yo que hables. Eso ya lo sabes hacer tú. Aquí, mirándome a la cara, tocándome con la punta de los dedos, con esa cara de estúpido amnésico, con ese pijama sucio y esas huellas que dejas marcadas en el espejo donde ambos nos reflejamos. Este espejo es nuestro pasillo. Cada vez más estrecho. Cada vez más olvidado. Supongo que esto es una despedida.
-No me mires así. Al menos lo hemos pasado bien.

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