Ahí lo tienes, a Benito (Mr. B) se le estropea un interruptor, hizo cataplof, a tomar por culo, y esto podría ser un asunto de preocupación, qué digo, un asunto capital, pero en realidad no hay tal problema. Mr. B tiene otro interruptor de idénticas características, por lo que decide no buscar solución, porque, para qué va a ir al hospital, seguro que el médico de urgencias se acercará con cara de cansancio y le dirá: pero si usted tiene otro interruptor que hace lo mismo, ¿para qué quiere que le funcionen los dos? Y Benito dirá que sí, que tiene razón, que tanto interruptor puede ser incluso un incordio, que ahora es más fácil saber cuál hay que apretar para que se haga la luz. El informe médico impreso bajo el brazo, Mr. B canturreando de camino a casa como si no se le acabase de joder un interruptor sin motivo aparente, sin siquiera preguntarse si hay algo detrás de la avería. Pero qué más da, la vida sigue y uno no tiene que detenerse en estudiar esas minucias, a saber, cualquier plástico pudo haberse desgastado y por eso ahora el péndulo blanco se encasquilla y no funciona. Olvídalo. Olvidado. Mr. B aprende a vivir sin un interruptor y la verdad es que al poco tiempo lo ignora con la más absoluta profesionalidad. Con la más absoluta desconsideración hacia el interruptor. Pero, ¿y si se estropease el otro? ¿Y por qué habría de estropearse? Nada sucede, pasa un año, y a B le va todo estupendamente en su casa de algodón. De pronto, un día, a Mr. B le aparece una humedad en la cabeza, se le extiende por el cuero cabelludo y B no tarda en ir a comprobar que la culpa fue de una cabeza vecina, la cual tuvo una fuga de agua. Benito llega a un acuerdo con la cabeza vecina y su seguro y vuelve a su vida normal, en espera de que su humedad se seque y entonces pueda volver a pintarse el cráneo. Durante la espera a B le crecen unos cuantos hongos en la humedad, pero salvo por el mal aspecto no hay mucho más de lo que preocuparse. El acuerdo existe y en el futuro todo irá a mejor, o no: porque a los pocos días de la aparición de los hongos, un día vulgar y corriente, a Benito, después de desayunar, se le rompe la cadena del váter. El dolor es brusco y nota un presentimiento de muerte, así, con la cadena desprendida en su mano. Llama al 112 y los chicos llegan rápido y le toman la tensión, le miran las juntas, la glucosa y si el alicatado aún sigue en pie. Tras comprobar que la estructura está estable, se llevan a Mr. B al hospital cagando leches. Un médico ojeroso se acerca a B, y le examina con la falta de dedicación que años de desidia han forjado en su personalidad. La llave inglesa sale y entra con facilidad del cuerpo de B, lo que él desconoce si es una buena señal. ¿Es grave?, pregunta. Y el médico con cara de sueño le responde que sí, que tendría que haber acudido antes a pedir ayuda, que tiene un interruptor calcificado y la cisterna hecha mierda. Le tiende un informe impreso y le dice que no hay nada que hacer. Que la degeneración es inminente y progresiva. Benito lee el informe y llora, piensa en llamar a su propietario para despedirse de él. Ha sido declarado edificio en ruinas.
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