Encuentro fortuito con el viejo profesor de ajedrez. El bar está prácticamente vacío. Una partida silenciosa tiene lugar en la barra. Él se gira y me saluda, con la indiferencia o la precaución que da el bache generacional o igual es que él es así con todo el mundo. Se acuerda de mi nombre. Yo no me acuerdo del suyo. No ha cambiado apenas. Sigue igual de calvo, gordo (quizás un poco más gordo) y lleva las mismas gafas. Está tomando un té. Me pregunta qué tal me va. Le cuento mi situación como un actor que se ha aprendido la respuesta de memoria. Le comento que me iré a Madrid y él me dice que todo el mundo se va de León, a Madrid o a Barcelona. Da la impresión de que dentro de poco tiempo vaya a quedar él solo en la barra de este bar mirando al té, en medio de un León convertido en ciudad fantasma, en ciudad cementerio. Me pregunta qué voy a hacer. Anatomía Patológica, respondo. Intento explicar en qué consiste, pero al poco él pone mala cara y dice: quita, quita. Me cuenta la anécdota en la que Guerra, el torero –me aclara–, fue presentado a Ortega y Gasset. Cuando Guerra preguntó a qué se dedicaban los filósofos y alguien le respondió que "a pensar", Guerra dijo: "Hay gente pa' to". Nos reímos. Acto seguido comenta que los hospitales le dan mala espina, que el año pasado se operó. No me atrevo a preguntar de qué. Asumo que es mejor así. Sin profundizar en nada, manteniendo la conversación lo más superficialmente posible. Le pregunto qué tal va lo de dar clases de ajedrez. Dice que cada vez hay menos calidad y cantidad. Dice que todos los niños quieren ser futbolistas. Resignación. En ese momento tengo la sensación de que todo va a peor. Quizás esa sensación es lo que se conoce por nostalgia. Todos futbolistas. No sabemos qué más decir. Nos despedimos. Yo le digo que me alegro de verle. Y se lo digo de verdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario