Mírate. Me parece que tu vida cambió cuando el monstruo de debajo de la cama decidió dejar de visitarte por las noches, o cuando tú decidiste dejar de visitarlo levantando los faldones de la colcha para intentar atisbar algo en la oscuridad nocturna. Quizás fue porque creíste a tu madre cuando te dijo que ahí debajo no había ni una maldita cosa más que polvo.
Se fue el monstruo por el desagüe de la madurez con los Reyes Magos y el ratoncito Pérez y todas las presuntas mentiras en que basabas tu vida. Quedaste expuesto desde entonces a una realidad áspera constituida por una rutina de mandatos, de madrugar y acostarse pronto para ir al colegio, lávate los dientes, lávate las manos antes de comer, pórtate bien, estudia. Algunos os negasteis a aceptarlo con el tiempo, y empezasteis a buscar a los Reyes Magos yendo de botellón (aunque no sabíais que les buscabais a ellos). Pero en el fondo de los vasos no había más que hielo derretido.
Al poco aprendiste que los besos no eran exactamente como en las películas. Que eran húmedos. Que tenían sabor. Que no era tan fácil conseguirlos. Y aprendiste a llorar y a sonreír de otra manera: un poco más hacia dentro y hacia los hombros de enfrente, si es que había en ese momento algún hombro donde apoyarse.
Y ahora mírate bien. Esas ojeras no son sanas. Y qué pintas. Qué haces fumando, esa mierda te va a matar. Antes de que tu vida cambiara tú no eras tan patético. Corrías de buena mañana hacia el salón todos los 6 de enero en busca de tus regalos.
Y ahora, después de tragar tanta mierda, qué te queda por hacer. Quizás deberías echar un ojo debajo de la cama. No vaya a ser.
Se fue el monstruo por el desagüe de la madurez con los Reyes Magos y el ratoncito Pérez y todas las presuntas mentiras en que basabas tu vida. Quedaste expuesto desde entonces a una realidad áspera constituida por una rutina de mandatos, de madrugar y acostarse pronto para ir al colegio, lávate los dientes, lávate las manos antes de comer, pórtate bien, estudia. Algunos os negasteis a aceptarlo con el tiempo, y empezasteis a buscar a los Reyes Magos yendo de botellón (aunque no sabíais que les buscabais a ellos). Pero en el fondo de los vasos no había más que hielo derretido.
Al poco aprendiste que los besos no eran exactamente como en las películas. Que eran húmedos. Que tenían sabor. Que no era tan fácil conseguirlos. Y aprendiste a llorar y a sonreír de otra manera: un poco más hacia dentro y hacia los hombros de enfrente, si es que había en ese momento algún hombro donde apoyarse.
Y ahora mírate bien. Esas ojeras no son sanas. Y qué pintas. Qué haces fumando, esa mierda te va a matar. Antes de que tu vida cambiara tú no eras tan patético. Corrías de buena mañana hacia el salón todos los 6 de enero en busca de tus regalos.
Y ahora, después de tragar tanta mierda, qué te queda por hacer. Quizás deberías echar un ojo debajo de la cama. No vaya a ser.
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