martes, 15 de julio de 2008

Lisboa

En Lisboa puedes ver cómo el Tajo se deshace en el Atlántico. Con eso bastaría.
Con eso o con comprobar cómo tu vida flota en un vaso de Super Bock y es frágil y no te importa, o al menos no te importa tanto como debería. Beber en Lisboa no es perder el dinero, es invertirlo. Invertirlo en una felicidad condicionada, una felicidad que viaja desde los labios de un mendigo que te pide un cigarrillo y después susurra: obrigado, una felicidad que está en cualquier esquina del Barrio Alto, entre vasos de plástico vencidos y guiris que vomitan al son de un fado, una felicidad que está enterrada con Pessoa, una felicidad que sueña con conquistas de otro tiempo y crisis bursátiles del ahora, una felicidad que viaja en un taxi a velocidades prohibidas, subiendo y bajando cuestas, subiendo y bajando, conectando cielo e infierno por calles empinadas y ascensores y tranvías, y en fin, Lisboa ahí está en el medio, en una especie de purgatorio construido sobre un asfaltado de claveles. Un purgatorio, eso es: en Lisboa podrías morir mientras te encoges de hombros. Desde luego que con eso bastaría.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Jodío publicista de Lisboa...

tsk dijo...

y despues susurra... obrigado, con sentido de Obligado y no de "gracias"...

Me encanta Lisboa, creo que es mas feliz que en tu relato. Pero eso es lo bonito de Lisboa, que a ojos de uno y a ojos de otro... siempre es mas que diferente