Cuando te veo, si es que te veo, si es que puedo llegar a verte, si es que no es más que una mirada como la de una vaca gigantesca que mira el tráfico de la carretera y no lo comprende ni lo intenta, y yo soy la vaca idiota y tú eres el tráfico y están mis ojos vacíos y están tus faros, entonces, cuando te veo, impido las palabras y sólo consigo mugir, un mugido susurrado a oído, un mugido como una caracola pegada a tu oreja, justo antes de que se le salga el mar por los bordes y el agua nos alcance, nos obligue a dejar de mirarnos, porque no lo he dicho, pero mientras yo te susurro tú también me miras, miras mi cuello y piensas en vampiros y en tendones, piensas en la proximidad de mi cuello y lo fácil que sería un mordisco, un cuello-galleta, crujiente, arenoso, y por un momento te olvidas de la boca-caracola que tienes en la oreja, mi boca, y mandas a tomar culo la inundación que se nos avecina, ignoras mi romántico mugido y te comes mi yugular como si fuéramos dos náufragos en una isla desierta o dos personas perdidas en una montaña imposible, en cualquier caso muertos de hambre, y yo, en respuesta, lucho por mi supervivencia enganchándome a tu pabellón auricular, a tu lóbulo entrecortado por los pelos de este lado de tu cabeza, y así empieza el canibalismo, así empieza el amor de dos animales heridos.
1 comentario:
Tus comas son mi nueva golosina favorita. Más, por favor.
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