Al menos he abierto este agujero. Un hilo de luz se cuela sigiloso y me indica cuándo es de día con su presencia. También me permite tener algo de visibilidad en este zulo, y ahora sé dónde tengo los zapatos, ya inservibles de tanta humedad. Pero eso no es lo mejor del agujero. Lo mejor es que lo puedo utilizar a modo de mirilla. A través de él he visto nubes, lo juro. He visto el cielo detrás, según el clima. Yo les he puesto esos nombres: nubes, cielo. Es un paisaje cambiante que me atrae, no tiene nada que ver con la monótona oscuridad de antes. He visto rayos, he visto la lluvia y la nieve, he visto el sol y la luna. Esta es toda la libertad a la que se puede aspirar aquí. La contemplación de un pedazo de mundo, sin poder cambiar nada. Así pasan los días, pasan a través del agujero, me golpean con sus cambios. Un día anochece nublado pero a la mañana siguiente el cielo está despejado, y se intuye el sol en medio de esa ceguera que es la luz absoluta. No lo entiendo, tampoco trato de entenderlo: me basta con verlo. Ahora me divierto haciendo apuestas conmigo mismo sobre qué será mañana, ¿quizás la lluvia? Muchas veces fallo pero no importa, así es mayor la sorpresa. A veces puedo ver, y es como si me pinchasen el corazón, el vuelo de un pájaro perdido que atraviesa el territorio del agujero. No ocurre muy a menudo, es cierto, pero quizás es precisamente por eso que es más especial. Les aseguro que merece la pena estar atento sólo por esos mínimos segundos. Un pájaro, a veces un avión: bailan para mí como estrellas fugaces. Ayer por la tarde vi un hombre en paracaídas descender como una pluma. Aviones, pájaros, hombres, paracaídas: sí, esos nombres también se los pongo yo.
Hoy tarda más de la cuenta en aparecer el rayo de luz. Me pregunto si estará nublado. Me acerco a tientas hasta el muro donde sé que está el agujero. Lo toco. Acerco mi rostro a la mirilla: grito espantado. No hay sol, no hay nubes, no hay cielo alguno. Hay un ojo. Muy abierto. Observándome. Grito. Los ateos han descubierto mi escondite. Grito. Van a matarme.
Hoy tarda más de la cuenta en aparecer el rayo de luz. Me pregunto si estará nublado. Me acerco a tientas hasta el muro donde sé que está el agujero. Lo toco. Acerco mi rostro a la mirilla: grito espantado. No hay sol, no hay nubes, no hay cielo alguno. Hay un ojo. Muy abierto. Observándome. Grito. Los ateos han descubierto mi escondite. Grito. Van a matarme.
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