Me he acostumbrado a que me ignoren. En estas circunstancias se constituye una especie de soledad hecha de silencios y miradas esquivas. Acaba por darte un lugar en el mundo, un estatus nunca deseado que aceptas como si fuera una enfermedad crónica. Eso es lo terrible. Te acostumbras a ser un cero a la izquierda de tantos unos. Un bulto molesto, un incordio prescindible. Y aún así te adaptas, te acomodas en este agujero al que nadie presta atención. Aprendes a sobrevivir y a olvidar, a ser un asesino de recuerdos. Comprendes la tragedia: a pesar de todo, los demás saben que existes. Lo comprendes hasta llegar a ese límite entre la vida y la muerte en el que nadie sabe qué decir.
Donde el suicidio es la forma más sencilla de despedirse.
Donde el suicidio es la forma más sencilla de despedirse.
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