jueves, 23 de julio de 2009

Unos años después de mí

Me gustaría mandar una carta al futuro, una carta que llegase después de que yo haya muerto, y así verla emerger de golpe sobre mi tumba, después de tantos años oculta esperando, inexistente hasta la fecha, y así crearme una segunda vida por escrito, la resurrección, el apocalipsis que nadie se había imaginado: la segunda venida de Alberto.

No se dejen llevar por las apariencias, estoy hablando de algo más que un mero testamento. Ni siquiera hablo de un Nuevo Novísimo Testamento. Ni de una reencarnación. Hablo de comunicarme con personas que jamás llegaré a conocer. De escribirme de novo. Dejaré en la misma carta los huecos apropiados para que ellos me respondan, para que ellos participen de mi segunda vida, de mi vida muerto. Dejarlo todo como un lienzo en blanco con un boceto dentro, un esquema de todas las cosas que pueden desaparecer, de las cosas que han desaparecido y de las cosas que siempre acaban por desaparecer. Un esquema nervioso de la vida, un esquema de los estigmas, determinando el lugar correcto donde hay que clavar de nuevo los clavos contra el madero, sin saber siquiera si habrá clavos o madera, sin saber si por aquel entonces existirá la crucifixión como concepto, vaya usted a saber si como metáfora.

Será una forma de nacer (¿o es de renacer?) sin tener que arrastrarme por una vagina. Sin tener que esperar 9 meses dentro de un útero, aburrido como a fin de cuentas son todos los úteros, a oscuras y solo, muy solo. Sin necesidad de que haya sexo previo, ni una mísera corrida. Supongo que lo siento, papá.

Parece tan bello, tan fácil de hacer, sólo es ponerse y escribir. Valdría con mandar una sola frase: he vuelto. Y ya. No habría más argumento que lo que sucediera después. Una persona cualquiera recibe la carta, abre los ojos mucho, dice: es imposible. Y va al rotativo que haya en la época. Grita. ¡Ha vuelto! ¡Ha vuelto! Alguien rompe el primer sello. Sale en todas la noticias. Hacen fotos a mi tumba. Helicópteros sobrevolando el cementerio. Alguien rompe el segundo sello. Aparecen los hijos que nunca tuve. Dicen que yo soy su padre. Sólo quieren dinero. Alguien rompe el tercer sello. Se publican biografías sobre mí basadas en lo que escribí. Es decir, llenas de mentiras. Alguien rompe el cuarto sello. Un periodista imbécil me otorga el dudoso honor de ser conocido como El Cid del siglo XXI: Siguió escribiendo después de muerto del todo (sic). Alguien rompe el quinto sello. Se me considera oficialmente como el remodelador del concepto literario del tiempo, al subsistir por escrito más allá de mi época. Al menos eso dirá la Wikipedia. Alguien rompe el sexto sello. Todos los años, por la fecha de mi muerte, la gente lleva hojas en blanco a mi tumba, esperando que se obre de nuevo el milagro. Y rezan, no por mí, sino a mí.

Alguien rompe el séptimo sello. Ya iba siendo hora.

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