Fue en un hotel. A ella le gustaban los hoteles, tan poco semejantes a un verdadero hogar: sin portafotos recordando tiempos mejores, sin compañía más allá del servicio de habitaciones, sin familia a la que rendir cuentas. Decía que los hoteles eran un verdadero exilio. ¿Pero exilio de qué? Nadie supo los motivos, sólo había una larga epístola en la mesilla de noche, posada como por azar en medio del desastre del cuarto (sábanas en el suelo, libros pintarrajeados y abandonados en los rincones, un pintalabios carmín tirado en medio de la moqueta, la silla correctamente tumbada por debajo de sus pies, colgando inertes como pupas de mariposa), un desastre tan silencioso y quieto que parecía la fotografía de una revolución. La carta la firmaba un tal Humbert. Probablemente un pseudónimo bien conocido en la intimidad.
Puede que te sorprendas al ser descubierta, como si esta carta fuera un periscopio que emerge en medio de tu cuarto. He de reconocer que no fue fácil encontrar tu dirección, con esa manía tuya de vagar de hotel en hotel, tantas llamadas he gastado sólo para poder enviarte esto. Sigues siendo esquiva. Quizás por eso siempre te he buscado.
El juez llegó tres días después, cuando se suponía que debía abandonar el hotel, poco después de que se encontrara la escena la inocente Gloria, la de la limpieza, la cual, gritos aparte, no supo por dónde empezar a limpiar. El juez entró al cuarto, ojeras, cafeína, desdén. Ya casi no se ven ahorcados, eso fue todo lo que dijo. Seguidamente se procedió al levantamiento del cadáver y se rompió el cuadro, se vació, y todo se volvió mediocre y rancio.
(...) y tantas noches he pensado detrás de la copa vacía en ello, en ti. Sólo tenía tu foto y tu sobrenombre: Amapola, me dijiste, y ahora pienso en el opio y en los sueños, en si fuiste sólo un sueño, en qué fui yo para ti. Ahora pienso en estupideces de esas que tanto odiabas. En fin, la búsqueda no fue fácil pero encontré tu nombre "real".
Sobrevino al día siguiente un entierro vulgar. Un familiar que apenas la conocía apareció por el cementerio. Siempre fue la rara de la familia, nunca supimos qué fue de ella, comentó. Hasta ahora, ya ves. Y se rascaba la cabeza como que estaba incómodo, como si realmente aquella mujer no representara para él nada más que un compromiso en la agenda. Y qué era si no.
(...) No te lleves a engaños. No pienso buscarte, darte un ramo de flores (de amapolas, serían amapolas si lo hiciera) y suplicarte que cambies tu huida por mí. Tómate esta carta como una replica a aquella nota que me dejaste clavada en tu lugar. Aquella nota que decía: gracias. Compréndeme, yo también quería despedirme.
Fue en un hotel. Con una soga.
(...) Te fuiste pero aún estás aquí, conmigo. Por muchos hoteles que escojas. Puede que exagere, pero para mí fuiste la mujer de mi vida.
Quién me iba a decir que la mujer de mi vida sólo me duraría un fin de semana.
En la lápida quedó grabado lo que ella pedía en el testamento. Hogar, dulce hogar.
Puede que te sorprendas al ser descubierta, como si esta carta fuera un periscopio que emerge en medio de tu cuarto. He de reconocer que no fue fácil encontrar tu dirección, con esa manía tuya de vagar de hotel en hotel, tantas llamadas he gastado sólo para poder enviarte esto. Sigues siendo esquiva. Quizás por eso siempre te he buscado.
El juez llegó tres días después, cuando se suponía que debía abandonar el hotel, poco después de que se encontrara la escena la inocente Gloria, la de la limpieza, la cual, gritos aparte, no supo por dónde empezar a limpiar. El juez entró al cuarto, ojeras, cafeína, desdén. Ya casi no se ven ahorcados, eso fue todo lo que dijo. Seguidamente se procedió al levantamiento del cadáver y se rompió el cuadro, se vació, y todo se volvió mediocre y rancio.
(...) y tantas noches he pensado detrás de la copa vacía en ello, en ti. Sólo tenía tu foto y tu sobrenombre: Amapola, me dijiste, y ahora pienso en el opio y en los sueños, en si fuiste sólo un sueño, en qué fui yo para ti. Ahora pienso en estupideces de esas que tanto odiabas. En fin, la búsqueda no fue fácil pero encontré tu nombre "real".
Sobrevino al día siguiente un entierro vulgar. Un familiar que apenas la conocía apareció por el cementerio. Siempre fue la rara de la familia, nunca supimos qué fue de ella, comentó. Hasta ahora, ya ves. Y se rascaba la cabeza como que estaba incómodo, como si realmente aquella mujer no representara para él nada más que un compromiso en la agenda. Y qué era si no.
(...) No te lleves a engaños. No pienso buscarte, darte un ramo de flores (de amapolas, serían amapolas si lo hiciera) y suplicarte que cambies tu huida por mí. Tómate esta carta como una replica a aquella nota que me dejaste clavada en tu lugar. Aquella nota que decía: gracias. Compréndeme, yo también quería despedirme.
Fue en un hotel. Con una soga.
(...) Te fuiste pero aún estás aquí, conmigo. Por muchos hoteles que escojas. Puede que exagere, pero para mí fuiste la mujer de mi vida.
Quién me iba a decir que la mujer de mi vida sólo me duraría un fin de semana.
En la lápida quedó grabado lo que ella pedía en el testamento. Hogar, dulce hogar.
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