sábado, 3 de mayo de 2008

Nota del autor

Seguramente habrán podido comprobar que la calidad de lo escrito ha ido en claro descenso. No quiero que se lleven a engaños. El deterioro de mi prosa no es sólo una cuestión de falta de inspiración o de crisis creativa. Si eso fuera así simplificaría mucho las cosas. Después de una crisis siempre suele haber una especie de resurrección, una erupción de palabras nuevas que derriban y se asientan sobre las obras previas, las aplastan como lo que son, seres inferiores que jamás debieron existir, malformaciones ominosas, pretensiones vacuas, etcétera, y las reducen hasta convertirlas en polvo y malos recuerdos. Pero eso no es exactamente lo que le ocurre a mi prosa. Esto no es una simple crisis. Mi prosa tiene una enfermedad degenerativa. Los críticos literarios me han dicho que es incurable. Me han ofrecido una serie de tratamientos paliativos: talleres de escritura, libros de autoayuda, apoyo psicológico. He rechazado todo por considerarlo un insulto, les he dicho que eso no es más que un fraude, que no quiero sentirme mejor a pesar de mi tara incurable, que si es lo que tiene que suceder no quiero ver cómo se pudren mis páginas y no sentir nada, que deseo el dolor que me une a la decadencia inevitable que me espera. Seguidamente me levanté y me fui dando un portazo. Comprenderán por tanto que ahora, con el diagnóstico sobre la mesa, me haya visto en la obligación de escribir esto a título informativo. Antes de que sea demasiado tarde. Antes de que lo que escriba sea sólo un balbuceo de lo que fue. Algo así como hablar con la lengua fuera de la boca.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo que dices aquí (aunque al final de tanto repetirtelo te lo vas a creer) no te lo crees ni tú. Amigo, algo degenerativo es una enfermedad. Tú, sin embargo, eres la ostia.

Anónimo dijo...

Volverán las oscuras golondrinas /
en tu balcón sus mierdas a cagar...